Dra. Ana Cristina Morales

La palabra aprecio es referida como el reconocimiento del valor que se le prodiga a una persona o cosa. Así como el afecto o cariño que se siente por alguien. Las personas necesitan sentirse apreciadas por otras, confiar en que las valoran, no importando cuantos errores han podido cometer en su vida. Ello en definitiva es muy importante en la niñez y en la juventud. Sin embargo, en otras etapas de la vida también se hace necesario el sentirse tratado con aprecio y cariño.

Al conocer que son muchos los hogares que conviven en situaciones violentas es de asumir; que los integrantes de éstos, pueden sentir menoscabo y desprecio por el trato que observan y viven dentro de sus relaciones familiares. Esto les proporciona inseguridad, dificultad para establecer confianza consigo mismas y con otras personas, sentimientos de culpa y vergüenza, así como un deterioro en su autoestima. Propiciando el establecimiento de desórdenes psiquiátricos tales como: depresión, ansiedad, fobias, trastornos de personalidad.

De manera general una persona que aprecia a su cónyuge, a sus hijos e hijas los hace sentirse importantes, agradece la cooperación dentro de las diferentes tareas del hogar, estimula el crecimiento y la confianza de cada integrante de su familia. Para ella su familia y su hogar son lo primero, desea que todos los de la casa se quieran, se valoren, se den buen trato, posean responsabilidades correspondientes y sean felices de ser quienes son y de pertenecer a sus vínculos familiares. Pero para que las cosas ocurran de manera satisfactoria, los padres previamente a la conformación de esa familia, han de haber trabajado en sí mismos, en su autoestima, en la resolución de sus propias necesidades, de tal manera que comprendan el grado de responsabilidad y madurez que se necesita para realizar el rol que desearon tener.

De forma lamentable, en la mayoría de ocasiones los padres obtienen el rol de la maternidad y la paternidad sin tener el suficiente conocimiento de las implicaciones que lleva. Podrán querer a sus parejas o hijos, pero sus conductas con frecuencia resultan perturbadoras para la vida de ellos.

Las personas necesitan ser acariciadas, sentir el contacto humano como una demostración de afecto y alegría de que se encuentran inmersas en su existencia. Necesitan la presencia de la familia, de los seres queridos, para tan solo saber que se encuentran allí, en donde los pueden buscar y podrán encontrarse. Un saludo, el deseo de un buen día, una buena noche, que te vaya bien, que le pregunten ¿Y cómo te fue? Que le digan que alegría verte, que le proporcionen un beso o un abrazo, que se interesen de manera genuina por sus vidas, que tengan personas capaces de brindar momentos para compartir y saber escuchar. No importando que lo que se diga, ya se haya dicho una y otra vez.

Reconocer las cualidades de las personas que le rodean, mostrar aceptación por la persona tal cual es. Apreciarla sin importar que lugar social ocupe o cuanto poder económico o de otro tipo posea. En realidad, para tener un aprecio auténtico por una persona, no se puede aplicar el dicho: “interés ¿cuánto vales?”.

Es necesario aprender a dar halagos honestos a las demás personas. Reconociendo el trabajo que realizan, sus formas particulares de ser y de comportarse con los demás. Sus especiales maneras de dar y recibir, así como de agradecer y hacer aprecio a su propia existencia y de la existencia de los demás.

Para finalizar les propongo reflexionar la siguiente cita de un autor anónimo: “La vida no puede ser mejor de como uno mismo la aprecia”.

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