María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Vivimos en un país que por el mundo es conocido como uno de los más violentos del globo. Los asesinatos, secuestros, torturas, desmembramientos, delitos en contra de la propiedad, entre otros, están a la orden del día y parecieran ser indivisibles con la sociedad en la que nos toca desenvolvernos.
La violencia, sin embargo nos resulta en ocasiones más impactante que en otras. Hacemos caso omiso de un hecho violento y exaltamos otro, muchas veces de acuerdo a los involucrados en los hechos o a lo extraordinario del caso.
Hace unos días apareció en las redes sociales un video en el que se veía a elementos del Ejército de Guatemala ultrajando a dos menores de edad, presuntos involucrados en alguna actividad delictiva. Las reacciones fueron diversas al igual que mis reflexiones alrededor de este caso en particular.
En primer lugar, me sorprendió que en lugar de reprobar el comportamiento criticablemente violento, muchos ciudadanos respaldaron la actitud de los soldados pues los menores en cuestión eran supuestos pandilleros y algunos llegaron incluso a decir que lo correcto hubiera sido “meterles un par de balazos”.
Por otro lado, la mayoría de quienes se dieron a la tarea de denunciar el hecho y exigir justicia, lo hicieron basándose en el hecho de que los agresores eran militares y por esa razón debían rodar sus cabezas. Por supuesto, los altos mandos del ejército tendrán que ejercer la sanción correspondiente, pero el hecho que quiero resaltar es que las acciones violentas frecuentemente se juzgan y ponderan de acuerdo a quien las perpetra y no por el hecho mismo de ser violencia. Reacciones distintas he observado en casos por ejemplo, de linchamientos en los que la población asume que los criminales que atacan a otros criminales son héroes que libran a la sociedad de lacras pero sin darse cuenta que ellos mismos se integran en ese ciclo de la violencia del que aparentemente jamás vamos a salir.
Sin lugar a dudas, y como le he repetido en muchas ocasiones, la mentalidad arraigada desde los 36 años de conflicto no nos deja continuar. La violencia se sigue ideologizando y los culpables se asignan de acuerdo al bando que según muchos de nosotros nos representa mejor. No se trata de buscar culpables y condenarlos de acuerdo a sus preferencias u ocupaciones. Se trata de ver desapasionadamente a la violencia y hacer algo para que cese. Otro caso que ejemplifica lo que afirmo y que ha tomado relevancia recientemente es el de la violencia perpetrada durante el Conflicto Armado Interno. En lugar de observar íntegramente los hechos atroces, ponderamos su importancia de acuerdo a quién los cometió, hecho que nos divide como sociedad y que además trivializa la violencia de una forma alarmante.

La contribución de cada uno de nosotros en el ciclo de la violencia es algo de lo que debemos hacernos conscientes a plenitud para dejar de aportar en tan nefasto círculo de granitos de arena que ayudan a conformar una tormenta que nos arrastra y que se ha convertido en parte importante del negro destino al que por voluntad nos seguimos aproximando.

Artículo anterior¿Qué tanto cree que incidirá su voto el 6S ?
Artículo siguiente¡No más malas costumbres!