Alfonso Mata

Estamos ante una vieja artimaña y no es preciso devanarse los sesos, para comprender que los “mercantes” señores y señoras diputadas, quieren que la reforma a la ley electoral se haga no a favor de la opinión del pueblo, sino de la propia. De nuevo demuestran cuán lejos están comprometidos con el ciudadano y atienden sus propios intereses disfrazándolos detrás de la Constitución. En estos meses, como por décadas, no hicieron otra cosa que demostrar que la reforma electoral descansa en un dictador llamado “pan para mi matate”. Realizan razonamientos ajustados a conveniencia propia, en el espacio que presta el sistema, para erigir y formar camarillas y círculos que se puedan apropiar de todo. Ahí empieza el trinquete. Nada perjudica tanto la reforma a los ojos de algunos diputados, que la explosión de las fuerzas civiles que piden hombres probos y caras nuevas.

Es tan hábil el sistema parlamentario, que las mismas ideas de la sociedad civil las transforman en beneficio propio y de esa manera, corrompen la moral política de los ciudadanos y nos llevan a la bancarrota. No creo equivocarme al decir que la mayoría de los horrores de nuestra historia, se han fraguado en ese recinto que más que ser casa del pueblo, es la cueva de Ali Babá.

Los ciudadanos pecamos a veces de ingenuos, no nos damos cuenta que el Congreso es una máquina donde se muele el ripio y la basura de la injusticia quedando a flote los intereses mezquinos de ellos, e imposibilitando al ciudadano intervenir, fiscalizar, cambiar instituciones y formas de gobierno, en favor del hombre de la calle. Con el voto los entronizamos, para que luego nos declaren la guerra y se burlen de nosotros. No puede ser de otro modo, no se puede trabajar de la mano de los tiranos, para fundar libertades.

Así que en la mesa del Congreso, el dictamen de la Comisión de la Ley Electoral, no es más que una burla del proyecto de reforma presentado por la ciudadanía y es chistoso ver los argumentos que dan a su propuesta y no a la del ciudadano y con la resolución favorable a su dictamen, el Congreso infringe una y otra vez el espíritu constitucional electoral. En su obtuso criterio, cualquier forma de gobierno les parece cosa baladí. Ese modo de pensar no tiene que ver con razón personal sino de bolsillos, bienes, cuentas y tarjetas. Y nada perjudica tanto su agotador trabajo, que cuando el pueblo mete sus narices.

El perfecto diputado es el que maneja y coordina sólo ideas perversas útiles a su favor y cuando se le atraviesa alguien con intereses patrióticos, suele reírse como un caballo, esto es, relincha. Su odio a las ideas e intereses patrios es invencible.

El dictamen de la comisión es adverso a la propuesta ciudadana. De todo esto se deduce, que partidos y diputados seguirán haciendo su agosto, y usted no pregunte ¿dónde están los padres de la patria? no encontrará ni una mano. El sistema parlamentario ha barrido con su egoísmo uno más de sus obstáculos, mostrando una vez más, quién es el poder. Ellos, adiestrados en la práctica del engaño, bien organizados, bastante tolerantes para entenderse, trazar y llegar a justos avenimientos, han derrotado a un pueblo que no está a la altura del poder, sin ideas organizadas y comunes e intolerantes, que no puede entenderse sobre nada, que no reconoce jefes, ni les obedecen. Así que esperemos que las tiranías de la corrupción, haciendo uso de las insuficiencias de nuestros principios constitucionales y del espacio que le da la ciudadanía, continúen quitando fuerza a las leyes hasta cuando reventemos o bien esperemos a tener destruidos los valores básicos de nuestra sociedad: nuestra dignidad y libertad, para convertirnos en otro más de ellos. Ya ha quedado lejos de nuestras vidas, aquel grito de los estudiantes europeos del 68 “paren el mundo que me apeo”. No hemos logrado bajar. La única posibilidad de oponernos a lo que nos quitan, es la conciencia, la conciencia de los hechos y de mi propio derecho; estar conscientes que tenemos derechos, que soy un ser humano con derecho a saber, intervenir, cambiar. Dejemos a un lado los imaginarios actuales y levantemos hechos; y al final, encontraremos en quién confiar.

Artículo anteriorEl día que el pato se robó la escopeta
Artículo siguienteTapar el ojo al macho