Hasta esta semana, los portavoces de la llamada “comunidad internacional”, han centrado todo su respaldo a la lucha contra la corrupción y la impunidad en el impulso a las reformas que se han propuesto a ciertas leyes, especialmente la Electoral y de Partidos Políticos, como camino para iniciar la reforma del Estado. Su compromiso con la institucionalidad les impide ver cualquier salida diferente y por ello acuden al Congreso a ejercer presión para que los diputados se pongan la mano en la conciencia y escuchen el clamor de la gente, como dijo recientemente el Embajador de Estados Unidos y repitieron algunos de los diplomáticos de Europa.

Pero unos y otros se han dado cuenta de la verdadera actitud de los diputados que han demostrado de manera fehaciente su absoluto desinterés por aprobar ni siquiera las reformas que son una especie de aspirina para un enfermo de cáncer. Y es que ellos entienden que sería una especie de suicidio permitir que se establezcan controles, por mínimos que sean, para impedir que puedan continuar en el disfrute de los beneficios que otorga un sistema en el que se pueden enriquecer de mil formas. No es sólo mediante las plazas fantasmas que obtienen y negocian tanto en el Congreso como en cualquier dependencia, sino de múltiples formas entre las que están el recibir sobornos millonarios por aprobar leyes que enajenan las frecuencias del Estado o el manejo del Listado Geográfico de Obras.

Hay que decir que a los diputados les costó dinero llegar a ser postulados y por lo tanto no van a soltar el hueso fácilmente ni veremos que allanen el camino para verdaderas y consistentes reformas que sirvan para contener la avalancha de corrupción que se ha incrementado en el país. Una reforma profunda, que elimine la reelección continua de los Alcaldes y Diputados, es impensable y jamás será aprobada por el Congreso. No digamos normas que establezcan control al financiamiento de los partidos políticos porque todos sabemos que allí está la mera melcocha.

En estas circunstancias pesa más en el ánimo de los diputados la figura de Joviel Acevedo que la del Embajador Robinson o la del salubrista Luis Leal que la de los diplomáticos europeos que llegaron a pedirles que aprueben las reformas. Acevedo y Leal pueden movilizar a sus huestes para apoyar la inmovilidad de los diputados, mientras que la comunidad internacional está atrapada, como el resto de la sociedad, en la defensa de la institucionalidad aunque esa institucionalidad sea el sinónimo perfecto de corrupción e impunidad.

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