Eduardo Villatoro

Es normal que los detractores del desgastado sistema democrático representativo que tarde o temprano terminará de agonizar en Guatemala, para ser sustituido por un modelo más humano y justo, coinciden en que unos de los actores de este casi inverosímil escenario nacional que más daño han causado a los guatemaltecos, especialmente a los grupos más vulnerables, son los infaltables políticos, básicamente diputados y funcionarios de toda categoría, coludidos con ambiciosos empresarios ávidos de incrementar sus riquezas superando cualquier escrúpulo y a los que se les atribuyen la galopante y desvergonzada corrupción.

Desde esta perspectiva, se podría colegir que los adversarios más visibles de estos canallas, son los guatemaltecos asalariados, por ser los que más directamente sufren las consecuencias de los efectos que provoca la descomposición moral, ética y cívica, y que, en consecuencia, serían los que se empeñarían con más ahínco en contribuir a que se modifiquen de raíz las caducas estructuras sociales, económicas y políticas que impiden que los sectores menos afortunados –aunque afectan también a la generalidad de los compatriotas- logren salir de la pobreza y la pobreza extrema, con todas sus implicaciones

Para mayor escarnio de quienes aún confiamos que entre los dirigentes de las clases sociales populares abarque a guatemaltecos que en medio de la explotación y exclusión de sus congéneres, no han perdido la dignidad ni el sentimiento de solidaridad, sobresalen individuos que han cobrado notoriedad por su desfachatez porque figuran en espacios privilegiados de medios impresos y electrónicos, como si fueran emblemáticos líderes capaces de cualquier sacrificio para defender los derechos de la mayoría de los guatemaltecos cuyos intereses han sido pisoteados y escupidos por la clase política y sus pérfidos financistas.

Por guardar la decencia de este espacio no menciono los nombres de sujetos que se mantienen en permanente holganza y que se han enriquecido con base a los descuentos de los salarios de trabajadores, y que, también para mayor afrenta, estos se dedican a la enseñanza en establecimientos públicos y que, consecuentemente, son los encargados de enseñar en la tesis y praxis, valores y principios inconmovibles, pero que gradual e indefectiblemente debilitan a los ciudadanos del mañana.

Otro de esos individuos, que están a la cabeza de burócratas cuya misión es coadyuvar a velar por la salud física del más desamparado, que no tiene acceso a la seguridad social y menos al servicio de centros privados, se embolsa diariamente mil quetzales en “gastos de representación y viáticos” y como resultado del hurto de medicamentos de los hospitales desabastecidos, es propietario de farmacias.

Uno más de los que adversan cambios en normas electorales, es un sirviente, asimismo, de gobernantes de cualquier laya, convicto de haberse apropiado de Q4 millones en una maniobra disque sindical; pero allí está, sin arruga en su miserable frente, codeándose con políticos de similar catadura.

(El obrero Romualdo Tishudo acota: -Esos tres inmorales ejemplares de propósitos escarnecedores son los enemigos de los anónimos guatemaltecos que se ganan el pan diario con decoro y honestidad).

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