El deterioro de nuestra cacareada democracia y de sus instituciones viene prácticamente desde el mismo origen de la llamada transición, que se produjo en 1985, porque los politiqueros de siempre pervirtieron conceptos básicos del proyecto de Ley de Organizaciones Políticas para crear el monopolio de los partidos y para desvirtuar ideas como la de las Comisiones de Postulación y la de la misma Corte de Constitucionalidad. Para variar, los politiqueros pusieron el Estado al servicio de sus intereses generando un monstruo de corrupción inigualable.

Durante años los guatemaltecos supimos que nos robaban los políticos y sus socios particulares que eran contratistas, proveedores o concesionarios del Estado, pero no pasamos del susurro, de la queja sorda, pero en cierto sentido tolerante porque nunca dijimos ¡Basta! Hizo falta que se desbordara el cinismo de los políticos y que se encarnara en Baldetti esa desfachatez para que, junto a la investigación de la CICIG y el MP, se pudiera determinar hasta dónde habíamos caído y el ciudadano despertara y cobrara conciencia de su responsabilidad para ponerle fin al desmadre.

Lo que empezó con la renuncia de Baldetti no ha llegado, ni por asomo, a su fin y el pueblo se ha ido empoderando para hacer reclamos cada vez más contundentes. El antejuicio contra el Presidente ha despertado otra oleada de reacción popular que posiblemente rebase a las anteriores y ahora también los ojos se han puesto ya en el Congreso de la República que algunos ven como solución del problema cuando en realidad es la mera raíz, la causa más profunda de la crisis institucional que vivimos.

Ayer los diputados sintieron por vez primera la presión en su contra y se asustaron. Pero no tanto como para entender que es urgente tomar medidas para atacar el fondo del problema sino que simplemente para pedir que se incremente la seguridad bajo la amenaza de que, de lo contrario, no van a sesionar más.

Nos hemos cansado de repetir que si la solución tiene que pasar por el Congreso no será solución porque de allí no podrá salir una acción cristalina para modificar un sistema que, desaparecido, implica la desaparición de esos dinosaurios políticos que se han reelegido una y otra vez y que lo esperan seguir haciendo por muchos años.

En otras palabras, la crisis no ha amainado como esperaban muchos de los que medran con el sistema corrupto. La gente se siente empoderada y está firme en sus reclamos por lo que una lectura errónea de la situación puede derivar en consecuencias muy graves.

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