La apuesta de los grupos de poder ha sido, desde que se inició la crisis tras el destape de los negocios en Aduanas, que la inercia del movimiento social se iría diluyendo por falta de estructura orgánica y que en unas cuantas semanas todo volvería a la normalidad sin que los guatemaltecos se dieran cuenta de que esa normalidad es un retorno al pasado que tanto nos indignó y nos molestó.

De hecho, los poderes reales se agazaparon tras la trinchera de la institucionalidad y eso es lo que les ha valido para preservar las condiciones de un sistema que no por apestoso ha dejado de ser eficiente para garantizarles sus fines. Un sistema en el que cada cuatro años se produce un relevo de los políticos, debidamente pactado con los que de verdad controlan al país, para seguir con el inmisericorde saqueo que se ha traducido en ese paupérrimo desarrollo humano que presenta Guatemala y que en buena medida es consecuencia de que los recursos públicos van a parar al bolsillo de unos pocos en vez de servir para mejorar las condiciones de vida de la población.

Nos vamos encaminando lentamente a perder la inercia, sobre todo luego de que esta semana dos ejecuciones perpetradas por sicarios, contra una profesional en administración y contra un abogado, provocaron un elevado nivel de zozobra, temor y desconfianza porque nos recordaron de manera dramática que la seguridad sigue siendo una asignatura pendiente.

Nosotros creemos que lo se está viviendo es apenas la primera etapa del proceso de transformación porque nuestra apuesta es que, de todos modos, ese cambio llegará. Puede ser antes de las elecciones o deberá ser después, pero lo cierto es que los ciudadanos guatemaltecos ya no queremos más corrupción y haremos lo que haga falta para luchar contra ese vicio, contra la impunidad y para buscar más seguridad.

Y cuando haya elecciones bajo las mismas reglas de juego vigentes, veremos que el resultado será básicamente el mismo y vendrá una retopada de todos los diablos. El ritmo de la protesta puede incrementarse o decaer por momentos, pero lo que no puede detenerse es nuestro compromiso por enfrentar la corrupción y acabar con la impunidad generadora, además, de tanta violencia insensata que nos agobia.

Porque mientras no cambiemos el modelo, mientras el modelo se siga aferrando a la institucionalidad como argumento central de la subsistencia de la corrupción, Guatemala no sólo no mejorará sino irá de mal en peor. Por ello es que no podemos permitir, jamás, que entre la ciudadanía se produzca un retorno al pasado de indiferencia.

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