María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

La semana pasada me referí en mi artículo titulado “El muro no termina de caer” al estancamiento voluntario en el que vive Guatemala con respecto a las posturas ideológicas que le hicieron caer en una guerra civil de carácter ideológico en la que lo que menos primó fueron los ideales por los que se luchaba. Inconforme con la poca profundización de mis argumentos, por la amplitud del tema y reducido espacio, resolví aquí ampliar un poco mi apreciación sobre ese tema.

En la actualidad, Guatemala no acaba de recuperarse. Los grupos ideológicos, aunque constituidos de diferente forma, siguen siendo los mismos y las tácticas de guerra solo han experimentado modificaciones.

Pareciera existir un culto al pasado y un romanticismo sin sentido en el que la remembranza es el elemento sentimental que los impulsa, al menos (por no decir solamente), a la utilización de la retórica para tratar de convencer a un pueblo maleable de que la postura que se defiende es la mejor. Unos lloran por la revolución y enaltecen a Arévalo y a Árbenz, afirmando que si no hubiese habido contrarrevolución Guatemala estaría ahora en una posición distinta. Otros escriben versos a Ubico y hablan con melancolía sobre la seguridad y la disciplina que en su tiempo se experimentaba, asegurando que si su línea se hubiera seguido, Guatemala no estaría sumida hoy en la miseria en que se encuentra.

Lo que ninguno de los dos ha mencionado son soluciones pragmáticas para el presente del país, reconociendo el daño que las dos ideologías han causado y la parte que han jugado en el subdesarrollo del país. Lo que no se ha trasladado es el ensueño de una mejor Guatemala del pasado al presente ni la ilusión (transformada en propuestas y acciones concretas) de construir un mejor futuro.

La triste realidad es que el móvil de unos y otros está lejos de ser genuinamente el ideal, en su esencia está más vinculado a los intereses particulares de individuos o grupos. Prueba de la poca autenticidad de su pensar, es el hecho de que no se haya podido ni intentado conformar partidos políticos que aglutinen en sí mismos el ideario y el liderazgo legítimo de ambos, dejando entrever que la transformación social a través del acceso al poder y la implementación de medidas relacionadas con la ideología, es simplemente una quimera.

Por lo tanto, Guatemala sigue teniendo extremistas que por un lado se oponen a toda posibilidad de progreso económico, luchando en contra de las hidroeléctricas, de la minería, vociferando que en Guatemala hubo genocidio, que el culpable de las masacres de la guerra fue el ejército (y eximiendo su propia culpa), oponiéndose en todo al “sistema opresor”. Y por el otro lado, los que acusan de terroristas a todos los campesinos, los que se niegan a ver la realidad social del país, los que aún creen que el problema de Guatemala es el indio. Si se sigue en esa misma línea, el país jamás verá la reconciliación a que tanto han apelado unos y otros.

Aclaro que no pienso que la ideología sea la perversa, la incapacidad de la interpretación, renovación y contextualización de la misma, si lo es. Los lineamientos ideológicos son necesarios para orientar las propuestas de cambio, sin embargo el peligro está cuando se convierten en esclavas de la ideología, y cuando perdemos la objetividad dejándola convertirse en nuestro verdugo. También yo siento más afinidad por una de las ideologías en pugna que por la otra, pero no puedo permitir que esta se convierta en una venda para mis ojos que me impida ver realidades más complejas, necesitadas de una integración de principios para ser resueltas.

En Guatemala, la guerra civil en la que se enfrentaron cruentamente dos bandos ideológicos, no concluyó. Cuando mucho, el fuego cesa de vez en cuando, otras veces se vuelve a encender y arremete contra todo lo que encuentra a su paso. La Guerra Fría aquí se congeló, no por la inexistencia de acciones violentas entre los grupos, sino por su permanencia e incapacidad de renovación del pensamiento.

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