Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

No es que tenga nada contra los ministros de Estado, pero me molesta mucho que la mayoría de ellos en vez de servir al país y a sus ciudadanos, sean ladrones que se dedican a amasar fortuna personal. Todo funcionario que roba merece un severo castigo, mayor al que contemplan nuestras leyes penales porque es de lesa humanidad robarle a un pueblo tan pobre, pero en el caso del Ministro de Salud Pública, no puede haber perdón de Dios para quien se embolse el dinero que debió servir para salvar vidas y prevenir enfermedades entre nuestros niños.

Jorge Villavicencio no fue el que inauguró la corruptela en salud pública, pero sin duda fue uno de los más descarados no sólo contratando personal fantasma para saquear las arcas del despacho, sino sobre todo en los trinquetes con la compra de medicamentos e insumos. Hipócrates ha de estar dando vueltas en su tumba al saber lo que este médico ha hecho violando el juramento hipocrático y poniendo a todo el aparato de salud pública del país al servicio de sus propios y bastardos intereses.

Aunque suene muy duro, me parece que la cárcel es muy poca cosa para este médico de pacotilla que merece el repudio social más claro y abierto, dirigido a él y a sus cómplices en la realización del crimen. Imposible regocijarse con el mal ajeno, pero cuando hay esperanza de que la justicia haga su trabajo (lo cual todavía está por verse) no puede uno sino alegrarse de que agarren a un sinvergüenza como éste. Y ojalá le sigan todos los de su especie.

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