Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Cuando veo lo que está ocurriendo con las finanzas públicas y la crisis que vive el Estado al no poder cumplir con sus obligaciones, forzando a que sí o sí se apruebe la emisión de bonos, es muestra de un mal modelo de gestión administrativa porque cualquier gerente tendría que haber tomado las medidas correctas para no llegar a la situación de iliquidez ante la certeza de una disminución de los ingresos. La contención del gasto, por lo menos, tendría que haber sido una disposición radicalmente ejecutada sobre la base de establecer prioridades para eliminar, de entrada, cualquier gasto superfluo.

Sin embargo, se dejó llegar la situación a extremos, cuando ya no se pueden ni cubrir las asignaciones constitucionales o el pago de salarios de los servidores públicos. Obviamente la apuesta “administrativa” fue forzar a como diera lugar al Congreso a la aprobación de unos bonos que constituyen una deuda muy cara pero que se convierta en la única salida cuando ya estamos contra la pared y contra el tiempo.

Eso me recuerda lo que ocurría en la Empresa Municipal de Agua en los años setenta, cuando una de las compras más significativas que se tenía que hacer era la de Sulfato de Aluminio que no purifica el agua, pero la vuelve cristalina. Sin sulfato de aluminio el agua servida sería chocolatosa por el lodo acumulado y peor en la época de invierno cuando las fuentes de abastecimiento aumentaban su caudal y también su turbulencia. Casualmente a la Junta Directiva le llegaba el pedido para realizar las compras cuando ya las bodegas estaban vacías y la advertencia era que los clientes de Empagua pegarían el grito en el cielo si en los chorros empezaba a salir agua que se veía turbia. Las compras se tenían que hacer al que “casualmente” era el único proveedor que tenía existencias en plaza y que vendía mucho más caro de lo que el producto costaba en el extranjero.

Con el ingeniero Luis Hugo Solares, gerente de Empagua por esos años, teníamos la certeza de que el producto era sustraído de las bodegas de Empagua para que luego fuera recomprado, a la fuerza, a quien era proveedor único. A los directivos nos ponían contra la pared y se nos chantajeaba de mala manera para que tuviéramos que terminar aprobando esa compra. En ese tiempo no era tan fácil establecer sistemas de vigilancia para controlar si había sustracción del producto y nunca pudimos realmente probarlo, pero lo cierto es que no salían las cuentas respecto a los consumos porque se reportaba gasto excesivo aduciendo mayor cantidad de lodo en las fuentes de abastecimiento.

Ahora los diputados que no venden su voto, que han de ser un puñado, se ven contra la pared porque sin los bonos la iliquidez puede paralizar a la administración pública. Los bonos resultan carísimos y son un mal negocio para el Estado aunque excelente oportunidad para quienes en cuestión de horas adquieren la emisión atraídos por los altos intereses que se pagan.

Pero yo no creo que sea simplemente un mal modelo de gestión administrativa. Como en aquellos días de Empagua, era una gestión mal intencionada para asegurar un trinquete.

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