Carmen de Wennier

Por la historia que he estudiado, por la lectura constante de libros, artículos y noticias, y por mi formación religiosa, católica, fundo mi apoyo en varias razones:

1. Israel es el pueblo que ha sido fiel a su Dios y que le obedece todo el tiempo.
2. Si hay un pueblo que fue capaz de construir un Estado cuando todo el mundo le era adverso y la mayoría de judíos en ese mundo huía de su exterminio, la fe en su Dios, su inagotable fortaleza por sobrevivir y por poder habitar en la tierra dada a ellos desde tiempos inmemoriales, ese pueblo es el pueblo judío.
3. Mi conocimiento del pueblo hebreo y mi amor a ellos, lo infundió primero en mí, mi abuela Maíta; sin ser judías ella y yo, me sentiría honrada si descubriera un día que por mis venas corre sangre judía.

Al crecer y entrar a un colegio católico, las historias de mi abuela se convirtieron en historia real, pues además de llevar todos los años, un curso de doctrina católica, estudiábamos historia sagrada que era la historia del pueblo hebreo.

Ya maestra y cuando por mi experiencia en educación gocé de una beca para estudiar educación acción y conservación del medio ambiente, estuve la primera vez en Israel. Recorrí a pie y en autobús el país entero; vi sus programas educativos, asistí a reuniones de judíos y árabes trabajando juntos para engrandecer al país, vi un sistema democrático en medio de países con sistemas totalitarios anti-Israel.

He regresado cuatro veces, tengo amigos a quienes considero mi familia, tal ha sido su trato conmigo y viví experiencias de las que hoy quiero contarles una para que sepan la otra cara de la moneda.

Siempre se habla de los muertos del otro bando porque ellos exhiben a sus muertos, no respetan la dignidad de la persona y explotan la publicidad. Israel jamás exhibe un cadáver por el respeto que debe a sus muertos y no explota el sentimiento popular por respeto también a sus familias. Su dolor es estoico como estoica es su actitud ante la vida. Israel vive a plenitud cada minuto, un judío goza la vida, sus opositores aman la muerte.

Lo que quiero contarles sucedió a finales del año 2000, fui a estudiar hebreo a un Hulpan en Jerusalem; me alojé en casa de la mamá de un amigo, Rachel, viuda y quien me alquiló una habitación. Todos los días tenía casi la misma rutina, levantarme, desayunar y salir a esperar el bus para llegar a mis clases. En la parada, mis compañeros eran niños, de cuatro años en adelante, los mayorcitos cuidando a los más pequeños, se subían al mismo bus que yo y se quedaban en la parada frente a su escuela. Yo seguía hasta el Hulpan. Iba a mi salón de clase y nos reuníamos los distintos estudiantes que aprendíamos hebreo; había rusos recién migrados a Israel, árabes ciudadanos israelíes, norteamericanos y latinoamericanos. A media mañana, salíamos, cual niños pequeños a recreo, a tomar café y comer una pequeña merienda que cada quien llevaba de su casa y nos poníamos a platicar practicando el idioma que nos unía. Terminada la jornada, nos juntábamos un grupo de seis mujeres de distinta edad, creo que la mayor era yo, y partíamos hacia el centro para entrar a cada tienda y practicar como comprar, luego nos sentábamos en un café y practicábamos como pedir comida. Íbamos al mercado a comprar frutas secas, nueces, aceitunas, verduras y frutas. Todo para practicar el idioma. Luego cada quien a casa. Al llegar a casa de Rachel, preparábamos la cena, comíamos las dos juntas, limpiábamos la cocina y cual maestra, se sentaba a mi lado y me ayudaba a hacer mis deberes.

Los fines de semana iba a Modi’in a visitar a mis «sobrinos» y a sus cuatro hijos o tomaba un bus y me iba a otra ciudad a visitar a amigos, iba a Haifa a visitar a la Virgen de Monte Carmelo y a Bruria en el Centro Golda Meir. En Haifa conocí a la señora Markov, quien me contó cómo llegó a Israel a principios del siglo XX. En Ramat Gan, Ruth y Abraham me abrían siempre las puertas de su casa y fueron nuestros grandes amigos y quienes nos visitaron en Guatemala. De Ruth aprendí grandes lecciones sobre la vida.

Conozco muchos lugares del país a donde el turista no va, siempre me he sentido segura, he sabido obedecer y no ponerme en peligro, aprendí con ellos a convivir con la amenaza constante y aprendí que los judíos predican y quieren la paz.

Recuerdo que al día siguiente de llegar a su casa, llegué tarde una noche, lo primero que hizo Rachel fue enseñarme a obedecer los avisos de peligro y el refugio más cercano a su casa.

La amenaza de una intifada se hizo realidad al día siguiente de mi llegada; varias veces tuve que obedecer las indicaciones del ejército de alejarme de determinado lugar porque habían encontrado un objeto sospechoso y lo estaban examinando. Las personas no se convierten en mirones, obedecen las indicaciones de la autoridad para librarse de riesgos innecesarios. Esa es la diferencia, los israelíes obedecen, no preguntan, no cuestionan, saben que si reciben una orden es para salvar su vida, su don más preciado.

Por lo menos dos veces a la semana, caminaba de la casa hacia un pequeño centro comercial donde había un centro de lavadoras y secadoras y mientras mi ropa se lavaba y secaba, me dirigía al supermercado vecino, pequeño y donde uno encontraba lo que necesitaba a diario. Cuantas veces fui, saludé y  platiqué con un señor, ya en la tercera edad, quien revisaba las bolsas de las personas que ingresaban a comprar.  Cuando regresé a Guatemala y viendo un día las noticias internacionales presentaron tomas de televisión, de un atentado en un barrio de Jerusalem. Una mujer, joven, palestina, miembro de Hamás, suicida, se presentó esa tarde al supermercado al que tantas veces fui. Cuando el mismo señor con el que tantas veces practiqué mi hebreo, la paró porque debe haberle parecido sospechosa, en ese instante ella activó la carga explosiva y  causó la muerte del señor y una o dos personas más que estaban esperando ser registradas. Al ver la noticia, lloré, sentí que había perdido un amigo (aunque nunca supe su nombre), una persona que sin conocerme fue amable conmigo.

Por razones familiares tuve que salir de Israel antes de tiempo, necesité llegar a Estados Unidos para ver a mi suegro en su lecho de muerte. Jamás olvidaré como Rachel y su familia me acompañaron esa noche previa al viaje. Modi fue mi ángel guardián, llegó por mí, me llevó al aeropuerto, esperó a mi lado, gestionó para que lograra los vuelos que me llevaron hasta San Luis Missouri y me dejó al abordar el avión. Eso sólo lo hace por una persona, quien ha aprendido a quererla y mis amigos me quieren como yo los quiero a ellos.

Desde esa intifada, he compartido con mis amigas judías la angustia de tener a sus hijos en servicio activo, pero también las he visto estoicas porque ellas también han servido en las filas del ejército y hombres y mujeres saben lo que es mantener su Estado, su tierra y defenderlos de enemigos que buscan primero la destrucción de Israel (así lo han expresado ellos públicamente) y luego la posesión del resto del mundo porque su fanatismo religioso considera infieles a todos los que profesamos una fe diferente a la de ellos.

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