Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Lo primero que hay que decir es que los contribuyentes norteamericanos no se sentirán muy cómodos de saber que se piensa en montar un multimillonario plan de ayuda al desarrollo de países como Guatemala cuando aquí mismo la tasa de contribución fiscal no ha llegado ni siquiera el doce por ciento del PIB que se pactó en los Acuerdos de Paz. Peor aún, sabiendo que hay planes para reducir aún más la captación de ingresos fiscales para atraer inversiones y que se contemplan exoneraciones de impuestos que afectarían seriamente la carga tributaria.

Cierto es que Estados Unidos detuvo el proceso de modernización para salir del feudalismo y pasar al capitalismo que se intentó a principios de los años 50, cuando los intereses de la United Fruit Company se colisionaron con los de un empresariado obtuso en nuestro país para lograr que la CIA se hiciera cargo de derrocar al gobierno de Árbenz. El impacto que tuvo esa intervención se nota mucho ahora cuando se habla de los problemas de inequidad que nos convierten en uno de los países donde es mayor la brecha entre pobres y ricos y en donde no existen planes de inversión pública para atender a la población más necesitada.

Cierto es, además, que la violencia que hoy vivimos tiene raíces que tienen mucho que ver con Estados Unidos, puesto que no sólo sufrimos por pandillas que se organizaron allá y que luego nos deportaron, sino que, además, el narcotráfico florece por la demanda que plantea el consumo norteamericano. Ello por no citar que la guerra que desangró al país tiene sus orígenes en aquella intervención militar de 1954.

Pero Biden tiene razón al decir que no hay voluntad de hacer los cambios que hacen falta, por impopulares que sean. Empezando por el tema de los impuestos, aquí hablar de reforma fiscal levanta más ronchas que hablar de reforma agraria, no digamos la intención de terminar con la impunidad que mantiene privilegios tan especiales para grupos que no tienen nunca que preocuparse por asumir responsabilidades por sus actos.

Para que Guatemala cambie no hace falta nada más una inyección de dinero como la del Plan Colombia. Hace falta que los ciudadanos quieran cambiar y se comprometan. Sin ese ingrediente no hay caso para suponer que una ayuda masiva del extranjero nos va a aliviar y hará más digna la vida para los guatemaltecos.

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