Eduardo Blandón

Veamos, por ejemplo, el partido Líder. Si realmente esa estructura funcionara como lo que dice ser, Manuel Baldizón intentaría formar a sus bases, las dotaría de una filosofía política traducida en ideología clara para cada uno de sus miembros. El Secretario no solo pensaría en las próximas elecciones, sino animaría el espíritu de la organización para la supervivencia en el tiempo.

Pero es evidente que nada de ello sucede en ese partido. Baldizón se conduce simple y llanamente como el propietario de esa organización. Por eso abandona el barco con tranquilidad, sabiendo que, como dueño, puede regresar el día que se le antoje. No hay democracia porque en esos partidos hay un absoluto encarnado en el líder.

Fijemos nuestra mirada ahora en el partido Viva (dicen ellos «Visión con Valores»). Harold Caballeros fue hasta este fin de semana el amo y señor de esa organización política. Él la formó, la usufructuó y cuando le dio la gana se fue de ella. Sin pena ni gloria. Como no se trata, eso intento demostrar, de un «partido político» como debería ser, ahora está en venta. Las notas de prensa dicen que Zury Ríos quiere usar el cascarón para proclamarse candidata presidencial en las próximas elecciones.

Esos son nuestros partidos políticos, organizaciones que giran en torno a su dueño con fines electorales. La afiliación en ellos no tiene el propósito de conformar una escuela que defienda alguna ideología, sino la captación de votos mediante el trabajo de hormiga con que obligan a sus bases. Los que se acercan tampoco tienen fines nobles, generalmente buscan en el mediano plazo ventaja dentro del Estado.

Esto explica la razón por la que ahora hay cerca de 24 partidos en Guatemala. Surgen por generación espontánea, de cualquier lado por todas partes. Basta que a alguien con dinero se le ocurra la idea y el sistema electoral se lo permite. Es la causa también, de que algunos, al mejor estilo de Arnoldo Medrano y Arístides Crespo, salten de partido en partido. Les da igual, lo que quieren es ganar y seguir viviendo a costillas del erario público.

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