Sergio Penagos

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El miedo a perder agita tanto los ánimos como el deseo de adquirir.
Maquiavelo

La ambición es el deseo ardiente de poseer algo que no se tiene, especialmente riquezas, fama, poder u honores. Debe existir un límite, sin embargo, para que esa ambición no se convierta en algo dañino o peligroso. Cuando el deseo es tan fuerte que la persona está dispuesta a violar las normas éticas o legales para concretarlo, la situación se vuelve riesgosa ya que puede perjudicar a su propia persona, la familia o a personas inocentes que caen bajo su influencia. Esto está ocurriendo con los ambiciosos candidatos a diferentes puestos, al estar buscando colarse en la fila de acceso a la teta que tiene más leche. Los estudiosos de la psicología y el comportamiento humano consideran que el estado más equilibrado y saludable de una persona, es el que se desarrolla cuando la ambición motiva la actuación para alcanzar el éxito, actuando dentro del marco de la coherencia, la legalidad y el respeto. La persona con ambición enfermiza valoriza el éxito y se fija metas inalcanzables, vive permanentemente insatisfecha y amargada. No acepta los pequeños logros y éxitos parciales porque no le parecen suficientes. En su desmedida ambición enfrenta una trágica dicotomía, o alcanza el objetivo final o no ha logrado nada, tiene éxito o ha fracasado. Esta persona no concibe que puede obtener resultados intermedios, por lo que se siente inútil e incompetente al sólo ver todo el camino por recorrer, para alcanzar el éxito total, sin preocuparse por lo que en el trayecto ha conseguido.

Tener la vista puesta únicamente en la meta final, no solo impide disfrutar del camino, sino que hace que este se convierta en un auténtico campo de batalla, repleto de obstáculos contra los que debe luchar para conseguir el éxito por sobre todas las cosas.
Cree equivocadamente que necesita alcanzar su meta para ser feliz y esto le produce estrés, ansiedad y, en muchos casos, depresión. Entra en un círculo vicioso de sufrimiento, porque cuanto más se esfuerza por lograr metas inalcanzables, más se ve como una persona fracasada y, como consecuencia, se reduce su capacidad de lucha, de manera que cada vez estará más lejos de su meta. En estas persona con ambición desmedida se despierta una competitividad destructiva, es decir, la lucha contra los posibles rivales a los que, sin ninguna clase de escrúpulos, les pondrá la zancadilla, los difamará y los insultará si ello contribuye a lograr su propósito. Cuando la ambición se convierte en el motor de la conducta y determina el estilo de vida, la persona lo manifiesta en su comportamiento errático, agresivo y prepotente, porque la ambición la ciega, bloquea su felicidad y le destruye los sentimientos nobles. A partir de ese momento todas sus acciones son fingidas y actúa de acuerdo con las circunstancias, buscando el éxito en todo lo que emprenda, sin importar la ética ni la legalidad de los medios utilizados. El codicioso es como un barril sin fondo, nunca le parece suficiente lo que alcanza o tiene. Siempre desea más y más, porque se ha convertido en un eterno insatisfecho. La ambición ha motivado a muchas personas, sin la debida capacidad, idoneidad y honradez, para entrar por la puerta ancha que abrió el corrupto e indecente TSE, para solicitar su inscripción y participar en estas cuestionadas elecciones generales. Es inaudito que tantas personas, sabiendo que no tienen ninguna posibilidad de ser electas, como lo confirma las listas parciales de candidatos a corporaciones municipales que han inscrito, insistan en participar en este cuestionado proceso electoral.

 

 

La situación es más pródiga en candidatos a alcalde en el Distrito Central.
La situación es más pródiga en candidatos a alcalde en el Distrito Central. Imagen: Cortesía.
Distribución de las candidaturas y los electores para el departamento de Escuintla. Imagen: Cortesía.
Distribución de las candidaturas y los electores para el departamento de Escuintla. Imagen: Cortesía.
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