Sergio Penagos Dardón

Ingeniero Químico USAC, docente, investigador y asesor pedagógico en el nivel universitario. Estudios de posgrado en Diseño y Evaluación de Proyectos y Educación con Orientación en Medio Ambiente; en la USAC. Liderazgo y Gestión Pública en la Escuela de Gobierno.

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Sergio Penagos

Las inclinaciones o tendencias derivadas del conocimiento que tenemos de los objetos deseados, con relación a nuestras ambiciones, se conocen con el nombre de apetitos elícitos. El término elícito procede del verbo latino elicere, que significa atraer. Se trata de verdaderos apetitos despertados por un objeto conocido o imaginado. Un apetito es el deseo de satisfacer una necesidad física o mental. A ello se debe que el apetito elícito es una inclinación que tiene un ser vivo cognoscente (capaz de conocer), de acuerdo no sólo a su naturaleza, sino de la forma en que lo ha conocido, lo que despierta, en él, el deseo de poseer.

Todos los apetitos son provocados y están determinados por una causa. Es necesario que exista algo que provoque el deseo, para ello se puede considerar dos niveles de apetitos, de acuerdo a la causa provocadora del deseo. Así, el apetito sentido se subdivide en dos clases, de acuerdo con dos tipos de bienes concretos que los provocan: el apetito concupiscible o inclinación a los placeres, y el apetito irascible o reacción ante las dificultades.

A los candidatos, los atrae aquello que pueda serles útil, sin importar a lo que tengan que renunciar: principios, familia o amistades. El apetito elícito, sea concupiscible o irascible, es provocado por lo que ya conocemos o suponemos conocer. De esa forma, lo que se conoce atrae y despierta el apetito. ¿Cuál es la causa de esta experiencia, en la que lo conocido despierta nuestro apetito? La esperanza o deseo de alcanzar lo que será algo bueno para ellos, olvidándose de los otros, con la intención de ser alguien capaz de adquirir poder, como consecuencia de la experiencia del apetecer, del sentirse atraídos hacia una realidad previamente conocida, por lo que la consideran real y verdadera. Al sentirse atraídos por algo, lo asocian a una noción de lo bueno, representado por el objetivo de apetito o deseo. No es que la cosa sea buena porque atrae, sino que los atrae porque están convencidos que es buena. En ocasiones se trata de verdaderos engaños: timos, estafas, mentiras y abusos de la buena fe o ignorancia. Pero, si no responden a sus apetitos elusivos, es posible que nunca sean candidatos.

Afortunadamente, para ellos, la inteligencia humana no experimenta sus propios apetitos: concupiscible o irascibles. Porque estos apetitos son originados en la mente, la que percibe su despertar como una respuesta al reconocimiento de un objeto que es familiar; es decir, experimenta la actualización del apetito como efecto de la presencia del objeto en la memoria. Es entonces cuando la causa se identifica como apetecible y alcanzable, dando origen al deseo de posesión.

El Papa Francisco, identifica tres apetitos elícitos que son muy evidentes entre los políticos en su afán de enriquecerse, y para ello agreden a quienes se oponen a sus ambiciones.

1. La riqueza: adueñarse de bienes que han sido dados para todos, y utilizarlos sólo para ellos o para los suyos, es acción de infames a quienes no les importa obtener el pan con el sudor del otro, o de su propia vida. Es el pan que les dan de comer a sus hijos estos funcionarios corruptos. Ese pan es amasado con dolor, amargura, sufrimiento de otros.

2. La vanidad: es el prestigio alcanzado con base en la descalificación continua y constante de los que no son como uno. La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama, para eliminar u opacar la fama de los otros, haciendo leña del árbol caído, esto deja paso a la tercera tentación.

3. El orgullo: ponerse en un plano de superioridad del tipo que sea, para no compartir la vida con el común de los semejantes, y para que eso no cambie, rezan todos los días: «gracias Señor por no haberme colocado en el mundo de ellos.»

Para ubicarse en esta exclusiva estructura social, llamada clase política, no basta con desear ser funcionario público. Antes, es necesario ser candidato. Esta es la motivación del apetito elícito de aquellos que desean ser candidatos, para alcanzar lo que conoce o intuyen. La candidatura es el paso previo para alcanzar la maestría y posteriormente el doctorado en latrocinio, irresponsabilidad y criminalidad. De esta forma es posible describir los peldaños de la escalera del arribismo, ausencia de valores e irresponsabilidad ciudadana. En esta escala, con cada deseo cumplido surge uno nuevo generado por el escalón siguiente, que trae sus propios intereses y maneras de satisfacerlos.
Este modelo de satisfacción de deseos, la mayoría de ellos insanos, se ha utilizado por candidatos, a quienes por fraude o por irresponsabilidad ciudadana, al cabo de 20 años de insistir, los han recompensado con un puesto público, para el cual, desde el primer día evidenciaron una completa incapacidad, que intentan esconder en su mundo de mentiras y fantasías. Esperando que llegue la próxima elección, con su corre y va de nuevo.

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