Roberto Blum

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Roberto Blum

Hay un dicho popular con el que se intenta aislar al amor y a la guerra de toda norma, social, ética, moral o jurídica. Quienes afirman tal cosa no se han detenido a pensar cuales son las graves consecuencias de actuar bajo tal sentir.

Sólo por ejemplificar: sin normas, las relaciones amorosas se vuelven caóticas e inestables. La falta de compromiso y respeto mutuo lleva a relaciones efímeras, superficiales y probablemente insatisfactorias. Asimismo, puede implicar comportamientos dañinos, como la infidelidad o el abuso emocional, lo que sin duda resulta en dolor y sufrimiento para las partes. Por consiguiente, la falta de normas en la búsqueda del amor sexual dificulta la construcción de la intimidad y la confianza mutuas que parecen ser elementos cruciales en cualquier relación saludable: finalmente, la total falta de normas en las relaciones erótico-sexuales puede llevar a la propagación de enfermedades, la violencia y situaciones que afectan negativamente a la sociedad en su conjunto. Creo que está claro que en el amor y en las relaciones erótico-sexuales se requiere aceptar y respetar al menos ciertas normas básicas.

Si en el amor es conveniente respetar algunas normas, en la guerra, el actuar en la ausencia de reglas es fatal. Decía Carl von Clausewitz, un militar prusiano del siglo XIX, en su libro De la guerra que ésta “… es la continuación de la política por otros medios”. Clausewitz pensaba que la guerra moderna es un “acto político”, y precisamente esta manifestación política ponía en juego lo que él consideraba el único elemento racional de la guerra. Para Clausewitz, los otros elementos de la guerra son: el odio, la enemistad, la violencia primitiva, el juego del azar y las incontrolables probabilidades.

En estos días el Estado de Israel le ha “declarado la guerra” al grupo político Hamás, una organización paraestatal “terrorista”, que gobierna a la población palestina que habita en el territorio de Gaza. El pasado día 7, un grupo de militantes de Hamás rompió el cerco que Israel ha erigido en torno a los 2.3 millones de gazatíes, sorprendiendo y masacrando a más de mil doscientos inocentes civiles israelíes que se encontraban en la cercanía. La respuesta inmediata del pueblo y del gobierno de Israel ha sido visceral: de odio, enemistad y violencia primitiva abriendo las puertas al Marte Vengador, el azar y la neblina que siempre cubre las batallas, seguramente sin haber realizado un profundo análisis político racional.

Iniciar una guerra debe ser el resultado de una decisión política racional, fría y en lo posible alejada de las emociones más primitivas. Una vez tomada la trascendental decisión de ir a la guerra, habrá que considerar que reglas se seguirán y cuáles no tomando en cuenta que la ausencia de normas en la guerra empeora el caos y la anarquía, situación donde las personas actúan cada vez más sin restricciones morales. Esto da lugar a atrocidades y violaciones masivas de los derechos humanos de los no combatientes. La falta de normas puede conducir a una escalada imparable en los conflictos. Sin restricciones, las partes involucradas tienden a recurrir a tácticas cada vez más destructivas, letales e inhumanas afectando a los civiles no combatientes y son las poblaciones vulnerables quienes sufren enormemente en tales situaciones de una guerra sin normas. Cuando los derechos humanos son ignorados, la guerra lleva generalmente a desplazamientos masivos, hambre y sufrimiento generalizado generando un ciclo de venganza. Sin normas para guiar las acciones, las sociedades pueden quedar atrapadas en un ciclo interminable de venganza y odio, perpetuando el conflicto durante generaciones. La que parece interminable guerra entre israelíes y palestinos lleva ya 75 años sin poder apreciarse un término.

En Occidente, durante la Edad Media, se desarrolló la teoría de la guerra justa, una guerra que debe ofrecer una posibilidad razonable de establecer una paz justa y duradera después del conflicto. La guerra no debe resultar en un estado de guerra perpetuo o terminar en condiciones peores que antes de la guerra.

Es importante tener en cuenta que la teoría de la guerra justa es un estándar ético y moral. La interpretación y aplicación de principios pueden variar según la perspectiva cultural, religiosa y filosófica. Además, en la práctica, determinar si una guerra cumple con estos criterios puede ser complejo y objeto de controversia.

En resumen, tanto en el amor como en la guerra, las normas y los principios éticos son fundamentales para mantener relaciones saludables y sociedades estables. La ausencia de normas tiene consecuencias devastadoras para las personas y las comunidades, y es por eso que las normas sociales, morales y jurídicas, son tan importantes para el funcionamiento ordenado y justo de la sociedad.

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