José Roberto Alejos Cámbara
La clase política redujo su existencia desde el autogolpe de Jorge Serrano Elías (1993) cuando las élites económicas y militares retomaron el control del país y deslegitimaron a los partidos políticos buscando y seleccionando a outsiders para su control y permitiendo que estos gobernaran conforme sus intereses bajo el abrigo del finamiento político, hasta llegar a una alianza tanto o más perversa que la alianza con la oligarquía o los grandes financistas: la alianza con los narcos y el crimen organizado.
No fue de inmediato, ni al ciento por ciento. Quienes tuvieron su origen en los partidos social demócratas, los Democratas Cristianos y el anticomunista MLN que sobrevivieron en otros partidos, hicieron su intento y algunos aún activos lo siguen haciendo; pero hoy estos grupos financian las campañas y lo cobran colocando a sus “representantes” en los puestos o convirtiéndolos en socios, una práctica vigente y recurrente.
¿Qué queremos los guatemaltecos? Una sociedad solidaria, que privilegie la educación, que se haga énfasis en el conocimiento de los idiomas maternos, que haya conocimiento matemático y pensamiento crítico; que se enseñe agricultura básica, cuidado del medio ambiente, y que haya oportunidad de acceso a la tecnología. Deseamos que mejore el sistema académico universitario especialmente el estatal. Queremos programas cívicos que permitan retomar los valores nacionales y democráticos.
Pero estas mejoras en definitiva no convienen a quienes ostentan el poder porque perderían el dominio de la manipulación sobre la población; porque prefieren mantener a la ciudadanía al margen de las decisiones trascendentales, porque se verían imposibilitados de fomentar desprestigio, odio, rechazo y señalamientos contra la clase política teniendo como resultado la imposibilidad del surgimiento de nuevos liderazgos políticos. Por el contrario, se ha generado una apatía casi imposible de convertir en motivación para que nuevas figuras dirijan el retorno hacia la democracia.
Estos cambios solo pueden darse cambiando las reglas del juego, y esto inicia con la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) pero triste y lamentablemente cualquier cambio de esta naturaleza debe suscitarse en el Congreso de la República en donde permanecen muchos políticos con experiencia y otros que sin ella han llegado por vez primera intentando cambiar el sistema. Pero allí están los oportunistas que tienen cooptado al sistema, no digamos el Congreso y cuyo trabajo a favor de intereses obscuros propios y de quienes los “llevaron” hasta allí, logrando que la población ya no entienda lo que está sucediendo o vea con desdén las coyunturas.
El TSE en lugar de confrontar a los medios de comunicación por el sistema de anuncios en campaña, debe generar una campaña cívica que motive en la población el interés por la política, que motive ser parte de ella y participar. ¿Cómo hacer para que los verdaderos políticos (los nuevos y los viejos) no se vean afectados por un desprestigio malévolamente planificado? El tema debe ser incluido en la currícula escolar para que las nuevas generaciones conozcan la oportunidad de servir a través de la política. Debe haber un cambio para que sistema obligue a los partidos a sobrevivir, no a base de dinero, sino de formación y capacitación a sus integrantes. ¿Nuevos liderazgos? ¿De dónde saldrán si no los estamos formando? ¡El sistema vigente no lo está permitiendo!