René Arturo Villegas Lara

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El profesor  Abelardo Barrios  llevaba varios meses visitando la secretaría de educación, para que le resolvieran su petición de una plaza de maestro en cualquier lugar del país. En donde fuera. Por fin, un día de noviembre lo citaron de la Secretaría de Educación, para darle su nombramiento. El oficial mayor lo atendió y le entregó el documento en donde lo nombraban director de la escuela primaria de Ixchiguán, con la obligación de dirigir la escuela e impartir clases en dos grados: primero y segundo. El documento decía que debía tomar posesión el dos de enero del  año siguiente.  Así que el 31 de diciembre abordó un bus rumbo a San Marcos, pues  al día siguiente tenía que estar en la cabecera municipal, con el inconveniente de que el primer día del año era feriado y  los pilotos de los buses no laboraban. Cuando llegó a  San Marcos, tuvo que transbordar a una destartalada camioneta  que lo llevaría a su destino; de un modelo tan antiguo que con gran esfuerzo bajaba y subía las montañas pobladas de pinos y pinabetes. Al llegar a la cima más alta, a pocas horas de la media noche, el piloto detuvo la camioneta y les dijo a los pasajeros que pasarían allí el fin del año viejo, porque la gasolina se había enfriado mucho y el motor no   respondía para subir la última cuesta, bordeando las faldas del Tacana. El profesor Abelardo era la primera vez que pasaría el fin de año viendo el cielo estrellado a causa del combustible  que casi se congeló y por eso el motor perdió potencia. En esa fría soledad y entre luces de luciérnagas que las confundía el rocío y el canto de muchos tecolotes, un señor desconocido  le ofreció al profesor  un generoso trago de comiteco, y luego otro, y otro, hasta que se emborracharon y se quedaron dormidos.

Al clarear  la mañana de año nuevo, el chofer  logró arrancar el motor con el auxilio  de una cigüeña y así, a vuelta de rueda, lograron llegar a Ixchiguán. En el centro del poblado el chofer detuvo la camioneta frente al atrio de la iglesia, donde habían quedado con el otro profesor que ya tenía años de trabajar allí, que lo estaría esperando como habían quedado. Pero, solo estaba el cura barriendo el atrio del templo católico.

-Llega tarde profesor. Lo estuvieron esperando.

– Es que la camioneta se detuvo desde la media noche, padre. Esa

fue la tardanza.

– Padre ¿Dónde viven los profesores?-En la escuela, hijo. Aquí no hay pensiones ni casas de huéspedes. Los profesores viven en el mismo local en donde trabajan.

– ¿puede orientarme en dónde encontrar al otro profesor?

– Si no lo encuentras es la escuela, por ser feriado, seguramente

ha de estar pasando el rato en el cabro amarrado.

Esa fue la primera vez que  escuchó lo del cabro amarrado; pero, no quiso preguntarle al cura más detalles del tal cabro, porque podía tratarse de una cantina que seguramente no conociera.

Cuando llegó el otro profesor, luego del saludo y apretón de manos, el nuevo director recibió amplia información del trabajo en ese alejado lugar. Además,  fue informado que los sueldos se atrasaban hasta tres meses y para más dificultad tenían que ir hasta la cabecera a cobrar por recibo. Que los recibos debían llevar el visto bueno del intendente municipal y por ese trámite los profesores se daban cuenta que había habido cambio de gobierno, pues el jefe edil siempre adornaba su despacho con la foto del presidente de turno. La última vez que fue visitado el intendente para que le pusiera el visto bueno a los recibos de los profesores, la foto que adornaba la pared  era la del general Lázaro Chacón, y eso  hacía dos años. Pero ahora, cuando  fueron de nuevo a cobrar, la que estaba colgada era la de un licenciado de apellido Palma. Ante esa dificultad de esperar para que le pagaran, los profesores cambiaban los cheques en la tienda de un chino, que  les descontaba el diez por ciento.  El chino tenía un almacén en donde vendía de todo y como logró volverse adinerado,  a pesar de su cuarta edad, logró unirse con una mujer de veinticuatro años, a quien el asiático ya no le era competente para las intimidades del amor.

Los dos profesores, al terminar su labor escolar, no tenían más diversión  que irse a jugar póker con el chino, y cuando éste les ganaba,  la deuda de las apuntaba para descontarles del cheque del mes en una especie de tienda de raya. Una tarde, ya casi al entrar la noche, el profesor Abelardo se dio por vencido en el juego de la baraja y se salió al corredor a fumarse un cigarrillo. Fue en esa ocasión cuando principió su romance con la conviviente del chino, cuando estaba lavando ropa en la pila, con el chorro bien abierto para que hiciera ruido y no se oyera lo que platicaban. La relación, poco a poco, se fue volviendo más intensa y aunque perdiera en el juego de la baraja, al profesor puntualmente llegaba a eso del póker y no le importaba correr peligro de que todo llegara a oídos del chino, que tenía una escopeta recortada en una de las estanterías. A veces, entrada la noche, el profesor Abelardo se veía con la Zenaida en las orillas del patio, con el cuidado de no pegarse mucho al cerco porque estaba hecho de chichicaste.

Como  los pueblos chicos son infiernos grandes, y todo  termina por saberse, menos el afectado por una infidelidad, ya se había regado el rumor de los amoríos del profesor con la Zenaida de Chuy. Cuando el rumo llegó a oídos del otro profesor, éste le previno que fuera cuidadoso porque no faltaría quien le contara al chino de sus encuentros nocturnos en el patio de la casa. Entonces le sugirió que mejor usara el cuarto del cabro amarrado, pues allí la pasaría tranquilo y sin que peligrara su seguridad personal. El profesor Abelardo, muy confiado, se limitó a  contestar:

Cómo cantaba Pedro Infantes: que murmuren. Pero, ¿Qué es eso del cabro amarrado? ¿Una cantina o qué…?

Es la casa de la mamá de una alumna del segundo año. Ella presta su casa para toda clase de encuentros furtivos, incluso para reuniones de los que quieren ser alcaldes y planifican discretamente cómo meter votos falsos en las urnas de las aldeas. Solo que debe tener cuidado, porque si al llegar encuentra un cabro amarrado a un horcón, es seña de que el cuarto está ocupado y  hay que darle de regreso.

Mire pues .Me lo hubiera dicho antes…De hoy en adelante mi destino está atado al cabro amarrado.

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