Raul Molina Mejía

rmolina20@hotmail.com

Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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No fue el primer levantamiento en las filas del ejército después de la intervención estadounidense que cortó la Primavera Democrática (1944-1954). Semanas luego del derrocamiento de Árbenz, cadetes de la Escuela Politécnica se enfrentaron a las “fuerzas de la liberación”, forzando su desmantelamiento. En 1960, el proceso contrarrevolucionario, se había “consolidado”, con la persecución, muerte y exilio de miles de personas guatemaltecas, el asesinato de Castillo Armas y la elección de Ydígoras. El movimiento del 13 de noviembre fue un plan bien elaborado, consultado amplio aunque clandestinamente dentro de las fuerzas armadas, y autorizado por la Embajada –debido al alto grado de corrupción del gobierno– que fue traicionado por oficiales que debían apoyarlo, por nuevas instrucciones de Washington. Ocurrió un mes después de mi graduación de bachiller en el Colegio Don Bosco y golpeó a uno de nuestros compañeros, cuyo padre militar murió en el alzamiento. Supimos poco de los hechos siguientes, salvo el escape al oriente del país y su inserción en la Sierra de las Minas. Fue cuna de los movimientos guerrilleros que surgieron después, sufriendo la persecución atroz del ejército con apoyo de asesores extranjeros. Fue atacado con napalm, desde aviones de “dudosa procedencia”, y resistió incesantes acometidas de tropas, dedicadas a matar a la base campesina que podría darles apoyo. Resistieron, pese a la muerte de sus líderes, Luis Turcios y Marco Antonio Yon Sosa, y ayudaron a la conformación y desarrollo de organizaciones revolucionarias que optaron por la vía guerrillera. Eran para la población “los muchachos”, que generaban esperanzas, particularmente después del golpe de Estado en 1963.

Este movimiento sirve de ejemplo ahora que Guatemala está inmersa, nuevamente, en la corrupción y que Giammattei regala la soberanía al mejor postor, gringos, rusos, israelíes o taiwaneses. Aparte de los grandes saqueos del tesoro nacional y de negocios turbios que el MP se niega a investigar, el presidente y su kakistocracia se han apoderado de los tres Poderes del Estado y entidades autónomas. Compra la parálisis de Biden con su apoyo a la política exterior guerrerista de Washington, particularmente en Ucrania y contra Palestina. En 1960, los oficiales jóvenes se rebelaron por la utilización del territorio nacional para el adiestramiento de cubanos anticastristas. Ydígoras ganó tiempo con los gringos al brindar fincas y recursos para esos contrarrevolucionarios, que fracasarían después en Playa Girón; pero, no pudo evitar que el ejército lo expulsara, con el aval de Washington, y lo enviara al exilio en 1963. La historia se repetirá, tarde o temprano, cuando Giammattei vaya a parar a una cárcel federal estadounidense. ¿Antes de ello, se puede esperar que un grupo de oficiales jóvenes se levante contra el autogolpe? Quiero creer que sí. Si las y los golpistas no cesan sus ataques antidemocráticos, el Pueblo verá con buenos ojos que oficiales jóvenes, patrióticos y constitucionalistas, pongan fin al secuestro del Estado y garanticen la transición al gobierno capaz y honesto de Semilla, Bernardo Arévalo y Karin Herrera.

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