Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raul Molina

Pasada la mitad de su período, Giammattei es ya el peor presidente después de las dictaduras militares que terminaron en 1986. En más de tres décadas, han existido nefastos presidentes –Serrano, Arzú, y los campeones de la corrupción y la impunidad, Pérez y Jimmy– pero, sin duda, el peor es quien hoy desgobierna, como nos ha mostrado con su fracasada gira a Washington. Se ha convertido en el peor presidente, por varias razones. Señalé, cuando tomó posesión, que sería tan incapaz y corrupto como Jimmy Morales, pero que agregaría la represión física y jurídica, por su odio a quienes se le opongan, que es fruto de su profundo complejo de inferioridad. Razón de su “dictadura legalizada de la corrupción” es también la podredumbre del CACIF, que pasó de opositor a la corrupción de Pérez y Baldetti a perseguidor de la CICIG –para mantener la impunidad de capos de la iniciativa privada, el crimen organizado y las fuerzas armadas– y destructor del Sistema Judicial. Es igualmente producto de la porquería del sistema político, prostituido, con pocas excepciones, y de las fuerzas armadas y de seguridad, prostituidas sin excepción alguna.

La presencia de Giammattei en la OEA fue vergonzosa; no contó, siquiera, con el apoyo de Bolsonaro, EE. UU. o Almagro. Ya no están en la organización los neofascistas, que han sido sustituidos por Boric, en Chile, Evo Morales, en Bolivia, Xiomara Castro, en Honduras, y pronto, Petro, en Colombia. Por ello, el régimen guatemalteco ha sido apreciado como lo que es, un Estado paria en el continente americano. No lo es por ser considerado como “enemigo” por Washington; se le considera como “país amigo”, aunque está podrido por el autoritarismo, la corrupción, las violaciones de los derechos humanos y la impunidad, como señala, apropiadamente, la CIDH. Es lo que el mandatario define como “país soberano”. Los hechos que ocurren a diario muestran la incapacidad absoluta de este gobernante. Las y los migrantes guatemaltecos –hombres, mujeres, niños y niñas, incluso sin acompañamiento– mueren sin parar; no son solamente los siete asfixiados en Texas, sino que muchos más en el trayecto, la frontera y en el resto de EE. UU. sin que el Estado guatemalteco haga nada por ellos; al contrario, mientras que se les empuja al éxodo, se ayuda a perseguirlos, forzando a los viajes clandestinos sumamente peligrosos. En la peor tragedia de migrantes en EE. UU, la responsabilidad es directa del gobierno estadounidense, a nivel federal y estatal, del mexicano y de los expulsores de emigrantes, como el guatemalteco.

No basta un artículo para mencionar las muchas fallas del desastroso gobernante, sin mencionar su impúdica vida personal, ignorada por el fundamentalismo religioso. En mi siguiente artículo le daré debida atención a lo que hoy Prensa Libre llama “Vergonzoso desinterés en mejorar la red vial”; a las granjerías que ofrece el gobernante a militares, policías y sectas religiosas; y a la orgía de poder absoluto que con su apoyo disfruta Consuelo Porras en el MP. A Pérez se le echó del gobierno y a Jimmy se le pidió la renuncia, que Trump impidió. Giammattei tiene que ser derrocado.

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