Edmundo Enrique Vásquez Paz

post author

Edmundo Enrique Vásquez Paz

En Guatemala, es frecuente escuchar la expresión “falta de voluntad política” cuando un funcionario o una entidad política (el Congreso, un ministro, un alcalde, …) no hace o ejecuta algo. Es un tema importante de reflexionar porque, el uso de esa expresión insinúa que los políticos deben tener “más voluntad que obligación” al actuar como tales. A mi modo de ver, refleja una distorsión de fondo en la manera en que entendemos el oficio del político, la tarea de los partidos y el papel de la ciudadanía como elemento básico del concepto de Estado. Por lo mismo, debería enmendarse.

En un texto de 2015 (Vásquez, E. Guatemala: un país que merece gobernarse a sí mismo, Serviprensa) aparecen algunos párrafos referidos a este fenómeno. Su propósito era y es llamar la atención sobre él y provocar la reflexión. No solamente porque se trata de algo que no es así, si no porque nos induce a pensar y a sentir equivocadamente.

“48. […] viene al caso reflexionar sobre una repetida “razón” […] consistente en atribuir a la falta de “voluntad” política el hecho de que los políticos o responsables de la toma de las decisiones que se invocan, no las tomen. Nosotros pensamos que, aunque en buen número de casos esto pueda ser una razón para explicar la deficiencia que se reclama (a saber: que a los políticos ya en el cargo se les “olvide” lo que es conveniente o de “sentido común” o lo que prometieron en campaña), la raíz del problema radica en un asunto distinto y de suma trascendencia: en la falta de “poder” que ellos tienen.

“49. Elaborar sobre el asunto del “poder” resulta de suma trascendencia por varias razones. La una, porque obliga a escudriñar sobre la “naturaleza” del poder que [los políticos] dicen ostentar y, la otra, porque ayuda a discernir si es apropiado creer que el conjunto o suma de los políticos que están en la palestra ostentando ese calificativo son verdaderamente la “clase política” nacional.

“50. El “poder” que actualmente presumen detentar los denominados “políticos” no es tal en el sentido de lo que se demanda en una democracia, pues no son ni democráticamente ungidos ni, necesariamente, representantes o testaferros “estables” de los grupos de poder o “clase política” que detenta el poder efectivo (ver: Norberto Bobbio, G. Mosca, 1981). En su mayoría ejercen sus cargos ofreciéndose en las correspondientes coyunturas para favorecer al mejor postor. Sin ser incondicionales de nadie y, por supuesto, de ninguna ideología o programa.

“51. Lo anterior, induce a pensar que el poder político, en realidad, no lo ejercen los autodenominados políticos, o que es en espacios alejados y secretos en los cuales habita la verdadera “clase política”, ahora entretenida en un ejercicio clandestino del poder. Lo que se nos permite ver es una parodia en la cual los personajes públicos ejercen su función con el único e insano propósito de mantenerse en convenientes posiciones para lucrar y para servir, cual marionetas, a sus verdaderos dueños.

“52. No contar con “poder” es sumamente grave para los “políticos”, para el Estado, en general, y para la ciudadanía. Para los “políticos” –los así autodenominados–, porque significa tener que reconocer que “están pintados” en cuanto al oficio que les da el calificativo –con lo cual, automáticamente se descalifican como tales-; para el Estado, porque significa que no tiene un rumbo establecido que se origine en la voluntad y la conveniencia de sus habitantes ni para garantizar su vida en armonía ni para mejorar el posicionamiento del país en el globo; y, para el ciudadano, porque lo revela en la vergonzosa y frustrante situación de ser un irresponsable, porque se deja utilizar y manipular sin percatarse que no está ejerciendo no sólo su derecho sino su obligación de participar en la definición del propio futuro y del futuro de sus descendientes. Pues se debe dar cuenta de que, con su voto, no dota de poder a nadie; solamente encumbra al ejercicio del poder público a asociaciones de personas con extraños propósitos”. [Nota: Con el voto –así suelto y solo como suma de los que llegaron a las urnas en un determinado día–, no se confiere poder porque no está implícito ningún mandato de aquellos que lo han votado. Los que así proceden, no son adeptos a las ideas y los programas de las organizaciones o de los personajes en que cifran la satisfacción de sus necesidades. Por eso, al votarlos, no delegan ningún poder en ellos, solamente los invisten de autoridad. Algo que es sumamente peligroso y que, aquí en Guatemala, sufrimos día a día …].

El auténtico poder político en un sistema democrático ideal debe tener su sustento en la legitimidad y en el peso de los votos que apoyan las diferentes corrientes de pensamiento y sus representantes. Es en este orden de ideas que se debe tener claridad en el sentido de la necesidad de que en el país exista un caudal suficiente de ciudadanos organizados políticamente que, en la permanente interacción entre esos grupos, forjen la existencia del Soberano que se requiere; ese Soberano consciente de lo que le conviene a la Nación. El Soberano debe tener consciencia que él representa ese verdadero poder que no admite que sus mandatarios puedan tener la discrecionalidad de tener voluntad o no para hacer realidad lo que se les ha mandado.

A mi criterio, el empleo de la expresión “falta de voluntad política” para explicar que algo que es de conveniencia general no se realiza, lo deberíamos descartar de nuestro léxico. Utilizarlo solamente nos delata como ignorantes de que los políticos son “mandatarios” de los que los votan y –¡lo que es peor!– que para ellos, todos nosotros estamos pintados porque no somos sus “mandantes”. No existimos.

En un sistema así, los funcionarios electos llegan a tener “autoridad legal” –regalada a ellos vía la suma del voto individual, irresponsable y desorganizado de todos nosotros–. No así, “poder legítimo”, otorgado por los “conglomerados de votos” provenientes de afiliados a ideas y programas concretos que los voten. ¡Es esto último, lo que realmente necesitamos!

Post scriptum: De la legitimidad derivada de la cantidad de votos obtenida… ¡hablemos un día en que tengamos mejor humor!

Artículo anteriorDel desfile militar a la marcha de H.I.J.O.S.
Artículo siguienteGiammattei es el peor presidente post dictaduras militares (I)