Jóvenes por la Transparencia

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Por: Gabriel Molina
agmm9213@gmail.com

Máster en Comunicación e Identidad Corporativa. Periodista. Creyente de la libertad, la democracia y la educación. 

El 20 de octubre es una fecha cargada de significado histórico, político y social en Guatemala. Ese día se conmemora un periodo que marcó la historia moderna del país. Movimientos estudiantiles, campesinos y trabajadores se unieron para exigir el fin del autoritarismo promovido por figuras como Estrada Cabrera, Jorge Ubico, que finalizó con Ponce Vaides. Sin embargo, en 2023, vivimos una crisis que ha levantado a los pueblos originarios, a los sectores urbanos y rurales marginados, así como a otras organizaciones que acuerpan la defensa de la democracia. 

Desde el 2 de octubre, varias organizaciones de pueblos indígenas se declararon en “Paro Nacional Indefinido”, entre ellas, los 48 Cantones de Totonicapán y la Municipalidad Indígena de Sololá, por mencionar algunos. La primera estrategia fue las manifestaciones pacíficas en carreteras, lo que se conoce como bloqueos. También está el plantón que ha sido constante, que comenzó la proliferación de las acciones urbanas, y que se lleva a cabo frente a la sede central del Ministerio Público. Con el paso de los días, el hartazgo por la corrupción y la vulneración al proceso electoral llegó a las colonias ignoradas de la ciudad capital. En consecuencia, se generaron manifestaciones urbanas con baile, conciertos, discursos, chamuscas, negocios ambulantes y solidaridad espontánea. Aunque, así como aparecieron, se han ido difuminando por falta de pertenencia, identidad y organización local. 

Sin embargo, cabe rescatar tal diferencia. Las manifestaciones urbanas requieren alguna distracción para captar la atención de la población y mantener su interés en la causa mediante expresiones artísticas, deportivas y culturales. Aunque válidas, se pierde con la necesidad de un espacio de divertimento y recreación. Por su parte, en las manifestaciones de las organizaciones indígenas prevalecen los discursos y las consignas para sostener el ánimo en alto. 

Tal como mencioné en la columna “El cambio no viene de quien esperas”, los cambios estructurales que requiere Guatemala no se darán a través de los candidatos electos y el gobierno entrante, ya que cuatro años es insuficiente para reducir la corrupción o ver modificaciones significativas en la vida del guatemalteco común. El cambio debe provenir de la ciudadanía que debe pasar a denunciar y manifestarse en contra de acciones que vulneran el bienestar colectivo como la corrupción a pequeña escala en el aparato estatal.

Retornando al 20 de octubre, la ciudadanía necesita recuperar su poder para ser el verdadero soberano en Guatemala, como lo fue en la Revolución de 1944. Aquel momento, significó el cambio y el fin de una etapa en la que imperaba la cultura del miedo. A su vez, hoy no puede significar esperanza, sino participación y acción. No esperemos, hagamos. No reaccionemos, propongamos. 

El 14 de enero de 2024, el presidente electo, Bernardo Arévalo, y la vicepresidenta electa, Karin Herrera, se convertirán en servidores públicos. Por ende, se les deberá exigir, cuestionar y criticar. Las manifestaciones pacíficas son una forma de participación de los guatemaltecos que trabajan por un mejor presente y futuro. Sin embargo, tal espíritu no se debe apagar al comenzar el nuevo gobierno.

La llama de la incipiente y particular democracia guatemalteca debe continuar. Por ello, los partidos políticos deben reformular sus ideas y formas de alcanzar a la población. Asimismo, la ciudadanía necesita informarse mejor, reflexionar y actuar para crear una sociedad más justa para todas y todos.

Columna: El cambio no viene de quien esperas

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