Jóvenes por la Transparencia

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Norah Sophia Bolivar
bolivarnorah@gmail.com
Instagram: @sphblvr

Estudiante de Ciencia Política y Relaciones Internacionales

¿Acaso la conciencia social es un derecho adquirido por nuestros padres y entorno? o, al contrario, ¿somos nosotros los responsables de involucrarnos y buscarla?

Conozco muchos jóvenes que su pan de cada día es un: “sáquenme de Latinoamérica”, a toda voz, que son consumidos y drenados por el modus operandi del sector privado. Las élites hegemónicas los condenan a no comer si no son explotados mínimo 45 horas semanales, con un salario vulgar a comparación de los malos tratos a los que son expuestos. Pero claro, así es la normalidad en Guatemala. A partir de esto, son conscientes de la realidad que nos ataca, creando la paradoja del “aquí voy a vivir frustrado”, pero se contraataca con un perfecto “mejor sigo trabajando e intento huir, algún día lo haré”, o un fácil y mediocre “toca, es lo que hay”. A lo que me refiero es que muchas personas estamos conscientes del mal vivir en Guatemala, pero nuestro actuar no nos conlleva hacia la conciencia colectiva de un ideal “tú ganas, yo gano”.

Creo que, actualmente, eso es imposible. Vivimos en un régimen de «sálvese quien pueda», defendiendo nuestro pan de cada día y la miseria a la que nos atenemos. Aunque tampoco soy alguien para juzgarles. Pero ojalá en un futuro nuestra libertad no sea retenida como tantas cosas que nos han quitado. Que los espacios dejen de ser cooptados y manipulados en pro de la individualidad del gerente del Estado y de sus aliados, para defender, no su pan de cada día, sino el apartamento en zona 15 de cada uno de sus hijos, pagado con los impuestos del pueblo, que bien pudieron ser invertidos para construir algunas escuelas.

No sabría decir hasta qué punto uno, como individuo y ciudadano, está dispuesto a conllevar la responsabilidad social, menos aún, si al final la colectividad no está a disposición. Mis amigos, algunos chairos progres, lo intentan. Henos aquí, en una lucha sin fin, intentando no ahogarnos en esta absoluta era de corrupción y oscuridad. A muchos el activismo nos ha salvado la decencia, a otros no les ha ido tan bien, denunciados y amenazados al costo de la academia; pero ya somos adultos. ¿Cómo cambiamos la ética sorda e ideologizada de nuestra generación? ¿Cómo hacemos para que ese grito de auxilio deje de ser un “sálvese quien pueda»? ¿Cómo evitamos el acoso militarizado y la represión ante la contienda que intentamos salvar? ¿Cómo instamos a los niños a que en un futuro se involucren?

Es penoso no tener respuesta, y reparo… Aquel agosto de hace 7 años, cuando en la Plaza de Las Niñas un niño, que escasamente iniciaba su adolescencia, se convirtió en un personaje viral de las redes sociales, haciendo silencio mudo al gritar: “¡Otto, te vas a ir al bote!”. Confío en que ahora, siendo un joven adulto, no sea para él una Guatemala del eterno abandono, que juzgue por propia mano que necesitamos un grito revolucionario de todos, que no sea un “sáquenme de Latinoamérica”, hasta que llegue a valer la pena, porque vivir así, no es normal. Necesitamos reivindicaciones legítimas para nuestras futuras generaciones, para que estas ganas de huir de Guatemala ya no sean una realidad, al contrario, una opción inédita donde la sociedad ya no resista ni sobreviva, sino que viva en paz y soberanía.

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