Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Es indudable que aunque en el pasado hemos sufrido la perversión de la justicia porque nunca falta uno que otro juzgador que disfrute manoseando la ley, rara vez se llega a establecer un sistema tan controlado como para hacer que todo el aparato judicial esté sometido a mafias. Hoy, sin embargo, al repasar las lecturas del día en la Iglesia Católica, nos aparece el profeta Daniel, quien vivió en el Siglo VII antes de Cristo, quien empieza diciendo (en la versión más larga del relato) cómo Dios había advertido que la iniquidad salía de jueces elegidos por el pueblo.

Dos jueces que se ganaron el aprecio de Joaquín, el judío más respetado del lugar, casado con una bella mujer llamada Susana, a quienes visitaban frecuentemente los dos “honorables” jueces que en esa casa reunían a todos los judíos para administrar justicia. El relato se basa en el deseo carnal que llegaron ambos a sentir por la esposa de su anfitrión y cómo tratan de abusar de ella bajo la amenaza de que si no cede a sus sucios deseos, la acusarán ante el pueblo de haber cometido adulterio con algún joven para condenarla a muerte.

Susana solía bañarse en la huerta del terreno y hasta allí llegaron los degenerados para expresarle su deseo de poseerla, a lo que ella se negó rotundamente y fue entonces cuando dijeron que dirían que la habían sorprendido en brazos de un joven. La gente les creyó su patraña y respetando su calidad de jueces, que se supone era una especial investidura para administrar justicia, aceptaron su palabra y consintieron en que ella debía ser lapidada.

El relato destaca la figura de un muchacho llamado Daniel, quien detiene a la multitud cuando se dirigían a la ejecución ordenada por los jueces y le asegura al pueblo que él demostrará la falsedad del relato y la inocencia de Susana, pidiendo que vuelvan a la hacienda porque él quiere interrogar a los viejos magistrados. Y lo hace por separado, frente a los ojos del pueblo, y a cada uno le pide que diga bajo qué árbol de la huerta fue que sorprendieron a la mujer en brazos de un joven. Por supuesto, no se habían puesto de acuerdo en ese tipo de detalles y uno dijo que fue bajo una acacia y, sometido a la misma pregunta, el otro dijo que había sido bajo una encina.

Eso abrió los ojos a la gente y, textualmente, reza la lectura: “Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio.”

Impresiona la historia, sobre todo cuando uno sabe que hay funcionarios como los dos del relato bíblico que mienten y abusan tranquila y descaradamente, sin que importe el sufrimiento que su injusticia cause a otros. El texto completo está en Daniel, Capítulo 13, versículos 1-9, 15-17, 19-30, 30-62.  Leyéndolo entenderemos cuánta falta nos hace gente buena y sabia como Daniel.

 

 

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