Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La semana anterior se realizó la Asamblea Plenaria Anual de los Obispos del país, ocasión en la que procedieron a elegir una nueva directiva presidida por monseñor Rodolfo Valenzuela y en sus deliberaciones señalaron colectivamente el “deterioro de la democracia y de la aplicación de la justicia debido a la corrupción que se ha hecho cada vez más evidente y el inicio del proceso electoral, en ese contexto, se torna complejo y provoca escepticismo y desconfianza en el país”.

El análisis de situación de los obispos fue amplio y abordó temas como la dura realidad de los migrantes, el efecto que la pandemia ha tenido en la salud física y mental de los guatemaltecos, el deterioro social y la violencia contra la mujer, así como los conflictos territoriales, en lo que se tiene que ver como una profunda preocupación de la Iglesia Católica por una realidad que evidencia el deterioro en muchos aspectos de la vida diaria.

Sin embargo, verbalmente expresaron que creen que “es posible promover, aun en estas circunstancias, un proceso honesto y transparente: y que para ello todos debemos actuar de tal manera que tanto electores como candidatos busquemos el bien común”. Como anhelo y esperanza, nada se puede cuestionar de esa expresión de los obispos de las diferentes Diócesis y Arquidiócesis de la República, pero tomando en cuenta sus primeras consideraciones sobre el deterioro de la democracia y del sistema de justicia, tenemos que pensar con realismo que la propuesta parece más una utopía.

Porque la realidad nos muestra que el Tribunal Supremo Electoral es una de las tantas instituciones que resultaron totalmente copadas por el manoseo de las comisiones de postulación y la amañada designación de quienes ocuparán los puestos. Todo ello no fue un simple capricho, sino una bien estudiada estrategia que se empezó a diseñar a partir del eficiente control que se obtuvo del Ministerio Público, desde el gobierno anterior, que marcó el camino para asegurar ese deterioro de la aplicación de la justicia debido a la corrupción, para citar textuales las palabras usadas por los prelados.

El TSE a lo largo de su historia pudo haber cometido errores, pero es notorio que ya en el período anterior las mafias habían hecho significativos avances que sirvieron para preparar y asegurar el camino al control total que se tiene ahora y que hace dudar a tanta gente sobre la transparencia del proceso. Los mismos obispos, al decir que aun en estas circunstancias es posible promover un proceso honesto, de hecho reconocen el grado de dificultad que existe para ese objetivo.

Yo quisiera tener el mismo optimismo y mantener la esperanza que expresaron los obispos, pero la verdad veo muy difícil que se pueda concretar algo como lo que expusieron, porque todo, absolutamente todo, apunta a la culminación del plan de impunidad que se trazó desde el tiempo de Jimmy Morales para que los corruptos nunca más volvieran a sentir los pasos de animal grande que oyeron en el 2017 y luego con los casos que se fueron desarrollando.

Con fe le pido a Dios que algún día podamos tener un proceso honesto y transparente, pero en estas circunstancias eso es más que un sueño.

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