Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Posiblemente, el mayor escándalo de la elección del año pasado para renovar la Cámara de Representantes de Estados Unidos fue el triunfo de George Santos, electo como candidato republicano en uno de los distritos tradicionalmente más demócratas del Estado de Nueva York. Algunas cuestiones de su hoja de vida se veían tan fantasiosas que el diario New York Times realizó una profunda investigación que arrojó sorprendentes resultados, comprobando la sarta de mentiras que, sin asomo de vergüenza, el político presentó como su currículum no solo a los ciudadanos, sino también a la dirigencia local de su partido que se encandiló con el que parecía un personaje fuera de serie.

Y vaya si no es alguien fuera de serie porque mintió prácticamente en todo lo que aseguró que era su trayectoria de vida. Plenamente descubierto, resultó que su partido lo necesita (y mucho) para mantener la raquítica mayoría en la Cámara y si le exigieran la renuncia tendría que haber una nueva elección en ese peculiar distrito demócrata que eligió a un farsante republicano, situación que lo convierte en un tipo muy especial de político, en el que, ahora, la opinión pública ha puesto el ojo.

Aquí se empiezan a presentar los listados de los candidatos a diferentes cargos de elección popular en Guatemala y sabrá Dios cuántos George Santos tenemos en el medio. Es decir, mentirosos, impulsivos y descarados que saben cuánto la mentira puede servir como arma en el ejercicio de la política. Aquí un expresidente, preguntado sobre las mentiras que dijo en campaña y que no cumplió en el ejercicio del cargo, afirmó tranquilamente que el político que no miente no gana elecciones.

Si para las más “exigentes” comisiones postuladoras son tantos los que se presentan como doctores, aun habiendo manipulado de una y mil formas para “obtener” el grado, ya nos podemos imaginar lo que ocurre con esos interminables listados de candidatos a miembros de las Corporaciones Municipales, a alcaldes, a diputados del Congreso y del Parlacen, a Vicepresidente y Presidente de la República. No hay forma de realizar un adecuado escrutinio de lo que cada uno presenta como su historial de vida, porque son tantos que no alcanzarían ni los más grandes equipos especializados en la investigación periodística para hacer una evaluación completa y objetiva.

Por supuesto que tenía mucha razón ese expresidente que afirmó que para ganar elecciones hay que mentir porque, si eso funciona aún en países donde se supone que hay más escrutinio y el elector está más preparado, ya podemos hacer la lista de lo que puede tragarse nuestra opinión pública que se decanta más por emociones que por el análisis serio y concreto de lo que representa cada uno de los aspirantes.

Leer lo que se ha publicado sobre ese personaje que es George Santos es interesante porque demuestra que no hay límite alguno para mentir cuando no hay mínimos de decencia y pudor y, sobre todo, cuando ese comportamiento se empieza a ver como la cosa más normal del mundo en la política, al punto de que, al ser descubiertos, no hay ninguna consecuencia.

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