Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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El proceso penal por la muerte de Luz María del Rocío López Morales ha captado la atención pública por diversas circunstancias, pero, creo yo, especialmente porque su familia insiste en que se debe sentar un precedente, sobre todo para que la justicia no falle como sucedió en este caso particular. Y es que la madre de la víctima insiste en que su muerte pudo evitarse si los instrumentos legales de protección a la mujer por esos casos de violencia hubieran sido correctamente utilizados.

La violencia contra la mujer es un fenómeno universal, pero que adquiere proporciones mucho mayores en sociedades con la marca del machismo que hace que algunos hombres se sienten con todo el derecho de imponer su voluntad, simplemente por el hecho de ser varones, a cualquier mujer y hasta usar la fuerza si le da la gana. Por ello es que la legislación contra el femicidio y otras formas de violencia contra la mujer fue un paso importante y lo sería más si el sistema de justicia actuara en esos casos con la diligencia que muestra para emplear esa ley como instrumento para limitar la libertad de expresión en temas de corrupción.

El caso Siekavizza fue sumamente doloroso no solo para su familia sino para la sociedad que les acompañó en la estéril lucha en busca de justicia. Y cada día hay más conciencia de que es imperativo lograr la protección de las víctimas de verdad en casos de violencia contra la mujer pero, lamentablemente, no siempre se obtienen esos resultados de medidas de protección que pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.

La misma Luz María había dicho que temía correr la misma suerte de Cristina Siekavizza por la actitud impositiva y violenta de su pareja, aunque es obvio que no llegó a gozar de esas medidas que, en cambio, se utilizan políticamente y con fines espurios para el ejercicio de la impunidad.

Durante siglos el hombre se sintió absolutamente superior a las mujeres y ha sido tras una larga y tenaz lucha que se ha roto ese trasnochado paradigma porque ahora, al menos en el marco legal, se reconoce la plena y absoluta igualdad de todos los seres humanos, independientemente de su sexo. Pero el macho, como concepto y como actitud, todavía existe y tiene un papel protagónico que se convierte en un peligro para aquellas mujeres que tienen la mala suerte de convivir o tener relación con ese tipo de personas, razón por la que el imperio de la ley que castiga la violencia contra la mujer es esencial.

Y repito que el sistema de justicia ha demostrado que puede ser muy rápido y eficiente para dictar medidas de protección a favor de funcionarios para que no se les critique por el ejercicio de su función pública que, de todos modos, está sujeta al escrutinio por el amparo de las leyes que facilitan el acceso a la información. Pero si esa misma velocidad y eficiencia se mostrara cuando una mujer acude a las autoridades para denunciar situaciones de verdadera violencia, sin duda que serían menos los casos como el de Luz María.

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