Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Hace 29 años Guatemala amaneció con las emisoras de radio y de televisión transmitiendo música de marimba en lo que arrancaba la cadena nacional en la que el entonces presidente, Jorge Serrano Elías, anunció la disolución del Congreso y de la Corte Suprema de Justicia, además de la destitución y orden de captura del Procurador de los Derechos Humanos. Pretendía el poder absoluto para hacer su santa voluntad y no lo logró por la oposición ciudadana que acabó con el Serranazo luego de varios días de fuerte represión hasta que la Corte de Constitucionalidad se plantó y defendió la legalidad, ordenando al Ejército a remover al dictador.

Los motivos del Serranazo, además de la avaricia y prepotencia de Serrano, fueron la excesiva voracidad del Congreso y del entonces presidente de la Corte, Juan José Rodil. Serrano alentó esa avaricia y estuvo pagando a los diputados para que le dieran sus votos, pero cuando éstos se excedieron y se pusieron los moños decidió disolver al “congreso corrupto” y de paso quitar a Rodil. La idea era que él gobernara por decreto y que en la Corte operara una Presidenta que él nombró para garantizarse la más absoluta impunidad.

 

Vueltas que da la vida porque luego del destape de la corrupción y sobre todo cuando empezaron a aparecer nombres de personalidades que por su ancestro y condición económica no se sentían imputables, se empezó a producir algo semejante pero más sofisticado porque se dispuso capturar a toda la institucionalidad para que sirviera a la corrupción, tal y como lo pretendía Jorge Serrano, pero sin ningún manotazo formal a la constitución sino que todo bien disfrazado, bajo las formas del ejercicio democrático. Los diputados, electos “popularmente” se sumaron a la jugada sabiendo que sacarían raja, como lo están haciendo ahora con los miles de millones que ellos mismos se recetan para hacer sus trinquetes, y las cortes fueron amañadas en aquel arreglo entre Baldizón y Sinibaldi que permitió elegir a los que se habían comprometido con la impunidad y que son los mismos que ahora siguen en sus cargos porque no hay forma de que se elija a sustitutos que, de todos modos, saldrían de las Postuladoras que controló Gustavo Alejos.

La dictadura actual es mucho más eficiente y firme que la de Serrano. Se tiene el control hasta de la Universidad de San Carlos, no digamos de los sindicatos del sector público, de la Contraloría de Cuentas, del Ministerio Público y de todo el sistema de justicia, salvo uno que otro caso excepcional que ya está en la mira de la Fundación Contra el Terrorismo.

Serrano pudo hacer lo mismo si hubiera sido más astuto y menos arrebatado, pero lo hartaron las demandas de la gente que obedecía a Obdulio Chinchilla, quien había sobrevivido a un atentado, y se fue por la ruptura constitucional descarada. Jimmy Morales y, sobre todo, Alejandro Giammattei fueron más astutos y no dieron ningún golpe pero conformaron un modelo que es mucho más efectivo para facilitar la corrupción y garantizar la impunidad, con el agregado de que todavía pueden echar chile de que aquí se vive una democracia con funcionarios electos, aspecto que los hizo también cooptar al TSE para garantizar que en la elección del año entrante el asunto quede como debe ser, sólo con los de la foto.

Serrano quiso lo mismo pero al perder la paciencia lo perdió todo.

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