Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Famosa la frase de Joseph Goebbels de que hay que mentir y mentir hasta que la mentira parezca verdad, no se refería, sin duda, a la mentira burda y descarada sino a aquella que podía tener al menos algunos visos de credibilidad que permitía ir moldeando a la opinión pública. Como cuando la Frutera decidió enfrentar la nueva política sindical y de reforma agraria de Guatemala afirmando que el país era una punta de lanza de la Unión Soviética y que el comunismo se había apoderado ya del país, provocando con ello la intervención de 1954 que puso fin tanto al avance sindical como al tema agrario, aprovechó que había militantes del partido Comunista de Guatemala afines a Árbenz y que algunos de ellos fueron puntales en la reforma del régimen de tenencia de la tierra, pero el país seguía siendo muy conservador y ese partido comunista nunca llegó a ser movimiento de masas.

Ahora vemos que la mentira se repite una y otra vez cada vez que alguien del gobierno, empezando por el mismo Giammattei, da una declaración porque todo es el relato de sus propias fantasías, pero son mentiras tan burdas que no están orientadas a servir de propaganda, sino simplemente producto de la ilusión que se vive en las altas esferas, donde nadie que cuestione o señale verdades tiene cabida porque inmediatamente se le señala como “enemigo del régimen o aliado de los chairos que solo hablan de corrupción”.

No es sólo el tema del manejo de la economía que, según los discursos oficiales, sería una especie de milagro porque pintan una situación que nos colocaría como el país más poderoso y capaz de prosperar aunque el resto del mundo se hunda en una ola de inflación. Jamás se ha reconocido en las esferas oficiales el peso e importancia que tienen las divisas en la generación de un estado de bienestar que tan útil ha sido para los corruptos porque aunque sigan robando, resulta que la gente está satisfecha porque tiene dinero para llevar no sólo comida a la mesa, sino para mejorar considerablemente su condición de vida. Pero en ello no tiene que ver absolutamente nada el gobierno porque, en todo caso, su responsabilidad estaría en no actuar para crear internamente condiciones que reduzcan la necesidad de emigrar.

Ahora resulta que somos un país que puede presumir de tener el más bajo nivel de violencia en el continente, no obstante que la gente en la calle percibe otra realidad y se siente el ímpetu de los asaltos y de la violencia que va en aumento porque la impunidad no se queda sólo en el beneficio a los corruptos. La destrucción de todo el sistema de justicia tiene impacto y efecto en el tema general de la violencia porque no cabe duda que la certeza de castigo es un gran disuasor que influye mucho en el comportamiento de la gente.

Somos, según la propaganda oficial, un país que manejó de manera excelente la pandemia, no tiene inflación, no tiene corrupción y se convirtió en país seguro para sus propios habitantes. Mentiras y mentiras que por más que se repitan, nunca van a oler siquiera a verdad.

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