Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Hoy en el New York Times se publica un muy buen trabajo de análisis de la obra de Mario Vargas Llosa sobre los fenómenos políticos de América Latina, señalando los vínculos entre la Fiesta del Chivo y su más reciente producción sobre esos tópicos, Tiempos Recios, que relata la forma en que la United Fruit Company montó una campaña de propaganda para derrocar al gobierno de Guatemala, simplemente porque una reforma agraria afectaba sus poderosos intereses. Vale la pena leer el trabajo de Hari Kunzro en ese influyente diario norteamericano que, dicho sea de paso, jugó un papel importante en los eventos de 1954 que culminaron con la operación de la CIA que puso a Castillo Armas en el poder.

El análisis se basa en que América Latina tiene mucho más que el idioma en común y que la presencia de los caudillos marca la historia de casi todos estos países que no se han librado de esa figura fuerte del dictador que define esa historia compartida y que, como dijo el mismo Vargas Llosa en un discurso, hacen su voluntad inspirados por Dios o por ideologías “en las que el socialismo y el fascismo, dos formas de estatismo y colectivismo, generalmente son confundidas y que se comunican directamente con sus pueblos mediante tosca demagogia, recurriendo a la retórica usada en actos multitudinarios que son apasionados shows de naturaleza mágico-religiosa”.

Se recuerda en el artículo cómo es que la alianza entre Sam Zemurray, presidente de la Frutera, y el experto propagandista Edward Bernays, reconocido como el “padre de las relaciones públicas”, permitió todo el montaje de la campaña que preparó el terreno para la Operación Éxito que derrocó a Árbenz, generando toda una sensación de que era la Unión Soviética la que estaba atrás de las decisiones que tomaba el gobierno de Guatemala, para convencer a la opinión pública que era necesaria una intervención que protegiera los intereses de la empresa norteamericana que hacían ver como blanco esencial del Kremlin en su esfuerzo por controlar la región.

Todo lo que dice el artículo es cierto, pero lo que el autor no ve ni percibe es cómo, más de medio siglo después, en Guatemala esa propaganda planificada por Zemurray y Bernays sigue teniendo efecto cotidianamente con las expresiones de polarización que hacen tan difícil que el país logre acuerdos y tan fácil que los corruptos puedan avanzar y adueñarse de toda la institucionalidad sin que reaccione la gente.

Bien dice Kunzro que las revoluciones que se vivieron después en América Latina son consecuencia de lo que se sembró con aquella acción que demostró que Estados Unidos no aceptaría ningún cambio de fondo, aunque fuera aprobado por los pueblos en las Urnas. Chile lo confirmó plenamente, pero mi punto es que aquí persiste la polarización que se sembró en 1954, al dividir artificialmente el país entre comunistas y anticomunistas y que esos resabios son el factor esencial que hoy allana el camino a los que crean un nuevo modelo de dictadura sin otro caudillo que la corrupción.

Si los efectos de la propaganda de la Frutera hubieran terminado en el mismo 1954 no sería tan trágico el legado, pero el mismo se forma no sólo por las divisiones que hoy sufrimos, sino por los muertos, desparecidos y desplazados que provocó nuestra guerra interna y eso no puede dejar de decirse.

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