Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

El enérgico comunicado de la Municipalidad de Guatemala condenando los actos vandálicos cometidos contra el patrimonio cultural del país durante la marcha del 12 de Octubre me hizo recordar la consistente información recibida cuando empezaron a desaparecer varios monumentos en la Avenida de las Américas, bajo la administración de Álvaro Arzú, situación que no ameritó ninguna protesta sino que fue complacientemente aceptada por las autoridades que, según ese decir, estaban atrás de la fundición de las estatuas. Uno de los monumentos afectados por el “vandalismo”, que según esas informaciones que nos dieron, era propiciado por la misma Alcaldía, fue el dedicado a la Libertad de Prensa donde estaba colocado el busto de Clemente Marroquín Rojas, el que una noche fue removido de su pedestal y rápidamente fundido.

El caso del pasado martes ha provocado algunas interrogantes entre mucha gente que no se explica la pasividad de las autoridades ante la destrucción de los monumentos, sobre todo luego de que se vio cuánto les atrae el uso de la fuerza en aquellas marchas del año pasado por el tema del presupuesto. Y es que cuando uno ve que en esa ocasión se simuló un ataque al Congreso de la República, donde prendieron un misterioso fuego y luego el Ministerio Público no logró avanzar en las investigaciones sobre el suceso, tiene por fuerza que ser mal pensado porque sabemos que aquí todo se puede manipular y que resulta muy fácil infiltrar cualquier marcha o protesta para generar hechos que terminen desprestigiando a los manifestantes.

Si a estas alturas supiéramos quién puso el fuego en el Congreso de la República, seguramente que tendríamos certeza de que la autoridad encargada de la persecución penal podría realizar las pesquisas correspondientes para aplicar la ley a los responsables, pero cuando se demuestra que hay casos graves como pegarle fuego al Palacio Legislativo, que no se investigan, uno tiene que entrar en serias sospechas de que allí hubo compadre hablado.

La preservación del patrimonio cultural del país es importante aún y cuando puedan existir monumentos para exaltar figuras polémicas, pero más importante que la destrucción de una estatua lo que debemos hacer es la reconstrucción de nuestra historia, para conocer y entender realmente qué representa cada uno de los personajes a los que se trata de exaltar. Muy poca gente sabe detalles de lo que fue el gobierno de Reina Barrios y que fue él quien, en homenaje a Justo Rufino Barrios, creó el paseo La Reforma donde estaba su estatua. De los detalles de su misteriosa muerte poco sabe mucha de nuestra gente y sería bueno que ahora, tras la destrucción de su efigie, surgiera un interés por saber quién fue y qué hizo.

Repito que la destrucción de monumentos no es nueva ni aquí ni en otras partes del mundo y será cada vez peor con esta creciente ola de polarización que se ve a lo largo y ancho del planeta, donde las divisiones se agudizan y los entendimientos se vuelven imposibles por esa pasión que se impulsa desde las redes sociales y que parte en dos a las sociedades sin que éstas entiendan o sepan por qué ocurre tanto pleito.

Artículo anteriorLa alianza Giammattei – Torres y el pacto por controlar el sistema
Artículo siguienteLa nueva alianza