Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Es increíble cómo una potencia mundial que no sólo dispone del mejor arsenal sino también, supuestamente, de los mejores sistemas de inteligencia, puede cometer dos veces el mismo error al embarcarse en guerras que no podría ganar. Vietnam y Afganistán son dos errores patéticos cometidos por distintas administraciones de los Estados Unidos, resultado del desconocimiento de la historia de esos pueblos y sus largas y exitosas luchas contra agresiones extranjeras.

En todo caso, Vietnam se puede considerar como una pobre lectura de la realidad, producto de la guerra fría que se vivía en esos momentos y que todo lo centraba en el conflicto Este-Oeste marcado por el comunismo y el anticomunismo. Inicialmente fue el envío de asesores militares para apoyar a Vietnam del Sur en su lucha contra los comunistas del Norte y conforme se fue incrementando la lucha no bastaron los asesores y empezó el envío masivo de tropas. Las administraciones de Kennedy y de Johnson fueron las que se embarcaron en esa guerra que Estados Unidos no pudo ganar y de la que queda como recuerdo aquella imagen de la desesperada evacuación del personal norteamericano en Saigón.

Si hubieran entendido un poco lo que fue el proceso de la independencia en Indochina y la feroz lucha que hubo con los franceses, posiblemente se hubieran dado cuenta de lo que había en ese pueblo vietnamita a la hora de pelear por su tierra frente a una agresión extranjera. A lo largo de la historia los vietnamitas fueron resistentes frente a todo tipo de agresiones, tanto de otros pueblos asiáticos como de los europeos que los trataron como su colonia.

La salida de Saigón y el retiro de las tropas fue una derrota estrepitosa, pero no había otra salida. No quedaba más que partir con la cola entre las piernas porque la opción única que les quedaba era la destrucción masiva con armas nucleares que hubiera provocado una masacre que el mundo hubiera repudiado.

Lo de Afganistán es más imperdonable porque es un calco del error que se cometió cuarenta años antes y era previsible que aún ocupando militarmente el país no se iba a someter a un pueblo que, muy poco tiempo antes, había hecho que la otra potencia mundial, los rusos, también tuvieran que irse sin haber logrado los propósitos de su invasión.

Luego del ataque terrorista del 11 de Septiembre, el presidente Bush sintió que la única forma de lavar la cara ante los fallos de inteligencia que facilitaron esa acción, era pasar a atacar a Al Qaeda que se había refugiado en Afganistán y, de paso, lanzar la guerra en Irak, que nada tuvo que ver con el acto terrorista, para vengar la afrenta que le había causado Saddam Hussein a su padre, el otro presidente Bush.

Afganistán no era de Al Qaeda sino de los Talibanes y éstos, con su larga historia, no iban a agachar la cabeza frente a un gobierno que les impusieran desde Washington. Aguantaron casi dos décadas de ocupación y hace tiempo que era evidente que esa guerra tenía que terminar. Quien tomara la única decisión posible, de retirar las tropas, sería estigmatizado aunque todo mundo supiera que era la única salida. Y es Biden quien paga los platos que otros rompieron porque, como con Vietnam, se embarcaron en una guerra imposible de ganar.

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