Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Hay en ciertos sectores un renovado sentimiento de dignidad soberana que los obliga a protestar porque la Vicepresidenta de Estados Unidos vendrá a Guatemala a hablar de las causas de la migración, destacando entre ellas la corrupción que le roba a la gente hasta las oportunidades de una vida digna. Y digo renovado porque los que más gritan ahora son los mismos que aplaudieron frenéticamente cuando Donald Trump sentó en el Despacho Oval de la Casa Blanca al entonces ministro de Gobernación, Enrique Degenhart, para que a cambio de la firma en el acuerdo de Tercer País Seguro se pactara el beneplácito de Washington para la expulsión de la CICIG.

En el fondo todos sabemos que hablar de soberanía es un pretexto. Lo que en verdad les enchincha es que Estados Unidos hable del tema de la corrupción como una de las causas principales de las condiciones que obligan a tanta gente a buscar oportunidades y esperanza en la migración. Son los mismos que aplaudieron cuando Trump puso la condición del acuerdo contra el asilo para dar el visto bueno que requerían para expulsar al odiado Iván Velásquez y a la CICIG. El cabildeo para suplicar el apoyo de Washington fue intenso y realizado no sólo por funcionarios del gobierno que enfrentaba investigaciones de la Comisión, sino también de sus aliados y financistas que, igualmente, sentían la urgencia de acabar con ese experimento que tanta amargura les trajo. Nadie pensaba en la soberanía porque, al contrario, lo que realmente ansiaban y por lo que clamaban era la intervención directa y brutal de Estados Unidos para proteger sus particulares intereses.

Hoy, en cambio, se recurre al argumento de la soberanía para reclamar la “intromisión” norteamericana porque, ahora, la misma implica acciones contra la corrupción que tantas ventajas y privilegios genera para el pequeño pero poderoso grupo que se enriquece día a día, convirtiendo a todo el aparato del Estado en una imparable caja registradora por donde pasan los millones que se embolsan y que debieran haber servido para atender las necesidades de la gente, para generar oportunidades en educación y salud, así como infraestructura de calidad para atraer inversión que genere empleo. En cambio, han visto que la migración es otro negocio redondo, porque no le tienen que pagar sueldos a nadie y, al contrario, los que emigran mandan el dinero que ganan con sangre, sudor y lágrimas y eso mantiene pujante nuestra economía para que se mantengan las utilidades.

Por ello es que hablar de soberanía es hablar pajas. Aquí sigue el debate centrado entre quienes quieren perpetuar la corrupción y garantizarse impunidad y los que desean cambios en el sistema para combatir ese vicio que está tan enraizado en nuestro modo de vida. Obviamente es más elegante hablar de soberanía para repudiar la nueva política de la Casa Blanca en vez de simplemente decir que los dejen robar en paz, sin intromisiones de ninguna naturaleza. El sombrero de la soberanía se lo ponen y se lo quitan a conveniencia porque, al fin y al cabo, Guatemala y su condición de país independiente y soberano no importan. Lo vital, lo que no pueden tolerar y lo que los encabrita es que alguien quiera acabar con sus sucios trinquetes.

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