Destruir la institucionalidad para que sirva a los corruptos es una ruta peligrosa. Foto La hora

La forma descarada en que está avanzando el Pacto de Corruptos para afianzar la Dictadura de la Corrupción parece algo imparable no sólo por la determinación que tienen todos sus integrantes sino por la indiferencia de los demás. Las leyes y la justicia se acomodan a las necesidades del momento y la institucionalidad desaparece rápidamente en manos de autoridades que tienen la única visión y misión de profundizar el manoseo de los recursos públicos y de sus socios que sienten que mientras los migrantes sigan mandando remesas ellos deben no sólo mantener sino incrementar sus privilegios.

El Estado se acomoda a estas nuevas formas de manoseo que hoy se ven tan convenientes pero que lo someten, indefectiblemente, al mejor postor. Y allí está el detalle, como hubiera dicho Cantinflas, porque los que hoy presumen de ser el mejor postor no van a dar la talla cuando tengan que competir con el dinero del narcotráfico, al lado del cual las maletas de Benito terminan siendo como pequeñas alcancías con forma de tecolote. No hay que ser asiduo televidente de las series sobre narcos para entender las sumas que se manejan y la forma en que están acostumbrados a comprar lo que les venga en gana. Y puesta nuestra justicia en la condición de proxeneta, por supuesto que a la hora de la hora terminará entendiendo que poderoso caballero es don dinero y que el poder y hasta la alcurnia de la que algunos presumen, sale sobrando.

Destruir la institucionalidad para que sirva a los corruptos es una ruta peligrosa, sobre todo para aquellos que operan en la sombra y “cuidan su nombre” porque, llegado el momento, cuando el país esté ya totalmente cooptado por los que ahora controlan ya buena parte del Congreso, de las Alcaldías, de las Fuerzas Armadas, de algunos tribunales y del mismo Ejecutivo, decidan convertir a Guatemala en lo que fue Colombia. Olvidémonos del riesgo de ser otra Venezuela y preparémonos para ser la nueva Colombia de aquellos tiempos de Pablo Escobar.

Y cuando se quiera apelar a la institucionalidad para que nos proteja del poder del Narco veremos que al corromperla se la servimos en bandeja a los que tienen más dinero para comprarla y operarla. Y los que hoy viven de los migrantes terminarán teniendo que emigrar porque en la tierra del narcotráfico todo mundo tiene que bailar al son que ellos tocan.

Hoy se puede pensar que ese día está lejos, pero con un Estado descalabrado por la corrupción, les hemos asfaltado la autopista.

Redacción La Hora

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