Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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El término se hizo popular por la película mexicana del mismo nombre que explicaba cómo la corrupción, aún sin la presencia de un caudillo, puede generar una de las peores formas de dictadura. De hecho, el término lo utilizó por vez primera Mario Vargas Llosa en los años 90 cuando, en Televisa, sorprendió a todos hablando de la forma en que el PRI había establecido un régimen no unipersonal, como la mayoría de dictaduras, sino resultado de todo un sistema político cuidadosamente diseñado en el que se eliminaba el Estado de Derecho, las libertades básicas y un pequeño grupo era el que se iba sucediendo en el poder, simulando elecciones para aprovecharse y repartirse privilegios. Los guatemaltecos algo sabemos de eso porque de 1970 a 1982 tuvimos 3 gobiernos militares que siguieron el mismo patrón.

Las dictaduras unipersonales, encarnadas en la figura del dictador tipo Ubico o Estrada Cabrera, son fácilmente detectables y se pueden percibir más sencillamente. El autoritarismo del caudillo es un elemento esencial para mantener al régimen que depende de esa fuerte personalidad ante la que el pueblo se somete por temor. En cambio, las dictaduras que no se encarnan en un dictador sino que son planificadas por poderosos sectores que deciden hacerse con el control del Estado para su propio beneficio, no llegan a ser detectadas por la población hasta que ya es muy tarde para reaccionar o enderezar el rumbo. La del PRI en México es posiblemente el ejemplo más destacado a lo largo de la historia porque, luego de una revolución que fue popular y que surgió por el repudio a las dictaduras, especialmente a la de Porfirio Días, cuadros políticos elaboraron un modelo que les permitió gobernar por décadas sin mecanismos de control, de rendición de cuentas, de respeto a las libertades o al Estado de Derecho, y se hizo con mucha astucia, al punto de que los mexicanos se sentían orgullosos de lo que creían que era “su democracia”.

Repito que los gobiernos de Arana, Laugerud y Lucas fueron un remedo del modelo del PRI y por 12 años, a sangre y fuego, sometieron al pueblo hasta que del mismo Ejército salió un movimiento que puso fin al lucrativo experimento.

Todo esto sale porque yo sostengo que actualmente en Guatemala se ha consolidado ya el modelo de otra dictadura perfecta, la de la corrupción que es de esas que la población no detecta hasta que es demasiado tarde. La colusión entre políticos y sus financistas, que le han sacado raja conjuntamente al juego por años, dejó de ser un valor entendido para convertirse en EL SISTEMA. Nadie que no sea parte de ese modelo tiene participación y todas las instituciones del Estado, todos los poderes, son parte del esquema que promueve no sólo la corrupción descarada sino la impunidad absoluta para los que participan en el saqueo del país. No hay instancias a las que alguien pueda apelar porque todo está bajo control y no hay esperanza de que pueda haber un cambio porque el mismo tendría que pasar por el Congreso que es alfil importante en la jugada.

Y las remesas son el ingrediente ideal para adormecer la conciencia pública. Ese ciudadano que el sistema expulsa es el que, con su esfuerzo, lo termina apuntalando mes a mes con el recurso que mantiene a flote la economía. Menuda paradoja la que nos toca vivir.

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