Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La forma reiterada en que Alejandro Giammattei sostuvo en Estados Unidos, ante foros ultraconservadores que le acogieron como una muestra de rechazo a Biden, que nuestro país es una auténtica democracia, es una muestra clara de que el gobernante no tiene claro el concepto, lo cual por supuesto no sorprende porque viendo la forma en que él, graduado de Médico y Cirujano, manejó la pandemia se puede ver que tampoco tiene claro el concepto de la ciencia médica y menos va a entender de otros asuntos no relacionados a su supuesta formación. El caso es que según lo que dijo reiteradamente, para él tener elecciones cada cuatro años es una prueba de absoluta democracia, aunque el voto no se traduzca para nada en la generación de un mandato que proviene de la voluntad popular porque aquí el ciudadano vota y lo que hace es simplemente dar un cheque en blanco a los electos para que hagan lo que se les ronque la gana. Los únicos que realmente generan un mandato claro y que sí se cumple (al pie de la letra) son los financistas de los partidos políticos que con su dinero compran a los políticos para garantizarse privilegios a lo largo de todo el período y que les permitan también operar sin cortapisa alguna aún en asuntos que son parte de la corrupción.

Un sistema democrático requiere de la existencia de partidos políticos que son vehículo de la expresión política e ideológica de la ciudadanía y en los que el afiliado llega a tener alguna influencia. Los que tenemos en Guatemala son simplemente grupos electoreros que no se inspiran las diferentes corrientes del pensamiento sino tan sólo en cómo llegar a ocupar posiciones que les permita amasar fortuna y donde quien finalmente manda y pone condiciones es el que invierte su dinero para financiar la costosa campaña electoral que encontró en la compra de votos una fórmula sencilla de operación.

No puede haber democracia, además, sin el absoluto imperio de la ley y en Guatemala el manoseo está a la orden del día porque todas las instituciones relacionadas con la administración de justicia están cooptadas y el manoseo de las Comisiones de Postulación es la prueba más clara de que se produjo un secuestro de la institucionalidad judicial y que eso sirve no para garantizar el Estado de Derecho sino para manosearlo a fin de que haya certeza de impunidad para los infractores que forman parte de la mafia y castigo severo para los que no se alinean a un sistema tan cuidadosa y celosamente estructurado.

Pero además de no tener claro el concepto hay que entender la personalidad del gobernante. De la misma manera en que sostuvo en un foro internacional que la ivermectina era un buen medicamento para curar el Covid-19, sostiene que el simple hecho de votar cada cuatro años ya nos convierte en democracia. Y es que no olvidemos que se trata de alguien que dice lo primero que se le ocurre sin entender que no es lo mismo ser un candidato que puede, literalmente, hablar babosadas, a ser un Jefe de Estado cuyas palabras tienen una trascendencia mucho mayor y por eso lo que pueden ser simples errores o gazapos, se vuelven garrafales torpezas.

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