Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Señor Licenciado

Mario Alberto Carrera

Ciudad.

Ilustre don Mario Alberto:

En la frase final en respuesta a mi carta del 25 de julio, usted me “desafía” a que yo contradiga sus magnánimas afirmaciones acerca del lugar que me corresponde en la historia “presidencial” de Guatemala, y me pide que no lo deje con la mano tendida: esa noble mano que ha esclarecido mi figura política. No: no puedo dejarlo con la mano tendida ni se quedará usted con la palabra en la boca. Es encuentro de caballeros.

Mi situación, desde luego, no es cómoda. Aceptar plenamente sus valientes arrebatos de crítico histórico, sería deponer culpablemente los puntos de vista que mantengo, debidamente meditados, acerca de mis colegas presidenciales: puntos de vista que se colocan a mucha distancia de los de usted. Por otra parte: rechazar en su totalidad el aplauso de un intelectual de las superiores condiciones que lo caracterizan a usted convertiría mi modestia en hipocresía. Baste señalar, en este último aspecto, que la asombrosa capacidad descriptiva desplegada por el autor de “Don Camaleón” y los magistrales análisis psicológicos que se leen en esa novela, me inducen a admitir que estoy frente a un escritor  extraordinario y no ante un ligero comentarista. Debo, pues, ponderar mi respuesta.

Para empezar pongámonos de acuerdo en una cosa, señor Licenciado Carrera: en que no hay derecho a comparar los Presidentes del siglo XIX con los del siglo XX. Aquellos fueron creadores de Patria y lo hicieron en mangas de camisa, con las manos metidas en la tierra, plantando los cimientos. No resulta justo exigir que cada uno de aquellos conductores exhibieran  una cultura intelectual superior. Para el caso le digo que si Rafael Carrera hubiera sido Doctor y Filosofía no habría ganado la batalla de La Arada. En cambio, en un orden político puro se salva Gálvez, el padre del liberalismo doctrinario, y se salva Barrios, el reformador social, el unionista encumbrado hasta el sacrificio en plena acción bélica.

Limitémonos, pues, al siglo XX. Y dentro de este siglo el caso mío es singular. Yo fui becado por el Presidente Chacón para realizar estudios superiores de Pedagogía en una universidad argentina y en el contrato se me obligaba a alcanzar el título de Doctor. Estudié filosofía y pedagogía. Arranqué con “La República”, que usted goza mencionando, y me hundí en Platón filósofo y pedagogo. Seis años después terminé de la mano de otro filósofo y pedagogo: el alemán Rodolfo Eucken, moralista que exaltaba la personalidad. Fueron seis años de meditación y de ensueño, pensando en Guatemala de día y de noche. Al llegar a la Presidencia yo tuve oportunidad de desplegar aquel abanico de ideas superiores.

Entre las virtudes que usted tiene a bien adjudicarme está eso de que también tuve cabeza para la justicia social. Quizá allí  radique uno de los pocos méritos que yo admito en mi presidencia: el haber confesado y demostrado mi mentalidad socialista. Esa mentalidad tiene un origen sentimental y no  es el  resultado de análisis racionales ni de compromisos públicos. Desde muy joven yo sentí simpatía por la gente que trabaja y como Presidente me dediqué a proteger a las masas guatemaltecas que consumen su vida en los campos, en el arado, en el taller, en la oficina, en  el cuartel. En esto, ciertamente, no hubo antecesores y no sé si habrá herederos. Ojalá que no tenga usted razón cuando dice que el caso de Arévalo no volverá a repetirse.

Me atribuye usted muchas virtudes y las presenta en términos superlativos. Sería de mal gusto que yo volviera a enumerarlas, así fuese para discutirlas. Su alusión comparativa con Unamuno me tiene abrumado y no la considero admisible. Cuando usted dice sobre mis cualidades de escritor lo admito como una lluvia de rosas volcadas amistosamente. Sólo reconozco encuadrada en la  verdad eso que usted llama un tesoro: mi  honradez. Gobernar seis años La República y vivir como ex Presidente gracias a una pensión del Estado, es ciertamente, un caso único en la historia de Guatemala. Formulo infinitos votos para que el ejemplo mío pueda repetirse.

Que yo enseñé a defender la soberanía nacional es afirmación que ciertamente puede aprobarse. En esa materia fueron mis maestros un mexicano: Benito Juárez, y un  argentino: Hipólito Yrigoyen. Durante mis seis años de Gobierno, Guatemala fue una República soberana. Aquellos Embajadores que golpeaban la puerta del Despacho presidencial cuando la encontraban cerrada ya no volverán a asomarse entre 1945 y 1951. Uno de ellos (norteamericano  también) creyó desempeñar bien su misión reuniéndose con conspiradores guatemaltecos: lo expulsamos en veinticuatro horas. Ya no mandaron nuevo Embajador durante el resto de mi Gobierno: pero se salvó el decoro de la  nación. Si Jacobo Arbenz hubiera hecho lo mismo en 1954, no habría perdido el Poder.

Finalmente, mi ilustre amigo, Gobernar es educar. Así lo proclamó un maestro de escuela que llegó a ser Presidente de la Argentina: el genial Domingo Faustino Sarmiento. En Guatemala, según lo recuerda usted, también lo intentamos. Fuimos un Gobierno de normalistas. Éramos maestros de escuela, catedráticos de secundaria, profesores universitarios. La educación defiende la dignidad del ser humano y esto lo mantenemos los educadores en el centro de nuestra plataforma de trabajo. Más de una vez he dicho que la Política debe convertirse en Pedagogía. Parece una tarea inalcanzable, pero nosotros, los románticos no la perdemos de vista. Platón -recuerde usted- aconsejaba dar el Gobierno a los filósofos. En Guatemala lo pedimos para los pedagogos de mentalidad socialista, porque también es cierto que Gobernar es proteger.

Le reitero mi infinito agradecimiento por su nobleza para conmigo, y lo abrazo cordialmente:

J Juan José Arévalo.

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