Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Decía en otro artículo de esta serie sobre Juan José Arévalo Bermejo, que la Revolución de Octubre nació escindida -desde antes del mismo 20 de octubre de 1944- en que ocurre la sublevación cívico militar y llega a su cúspide el movimiento antiubiquista. Ya he dicho que aunque en principio el frente de batalla era sólo contra el régimen dictatorial, al que ya pocos admiraban (aunque no faltaban algunos ubiquistas súper conservadores, miembros de las familias de la “aristocracia” criolla que con la caída del autócrata perdieron muchas posesiones) pese a tal sentimiento generalizado surgieron casi invisibles dos claras agrupaciones: 1: que veía en la revolución la ocasión de tirar más y más hacia la izquierda y 2: otra que pensaba que la rebelión no debería salirse de cauce y que el continuismo era necesario (el conservadurismo de Ubico-Ponce) sólo que con algunos cambios que no alcanzaran a ser estructurales. Este era el punto de vista de los terratenientes de siempre (algunos de sus alter egos) que aún respiraban y transpiran a encomienda y repartimiento coloniales.

Juan José Arévalo intenta dirigir los destinos del país (con algunos de sus amigos y admiradores progresistas) en medio de las contradicciones derechas vrs.  Izquierdas -que ya he mencionado y comenzado a perfilar- desde un ángulo o perspectiva diferente, sin adherirse a la derecha del coronel Francisco Javier Arana ni a la descarada izquierda (con el tiempo cada vez más) del coronel Jacobo Árbenz. Aunque de los dos extremos, simpatiza Arévalo más con las izquierdas arbencistas que con las derechas conservadoras y en el fondo ubiquistas de Arana, quien –corriendo el tiempo- llegaría a ser el actor principal de la tragedia que se representaría en el puente de La Gloria de Amatitlán.

Entre las dos facciones (o entre las dos alas) Arévalo Bermejo desarrolla y bautiza su pensamiento digamos de centro –social y antiyanqui- como “Socialismo Espiritual”, una corriente  que había estudiado y replanteado al escribir su tesis de doctorado titulada “La pedagogía de la personalidad”, redactada bajo el alero intelectual de tres personalidades de la filosofía y la pedagogía y de habla y escrituras alemanas: 

Gerhard Budde, Hugo Gaudig y sobe todo Kurt Kesseller, hoy bastante olvidados y marginados pero con gran auge en la primera mitad del siglo XX. También se nota la influencia de Rodolf Eucken. Todos ellos serán los componentes –y su propio pensamiento- del famoso “Socialismo Espiritual” que sostendrá políticamente a Arévalo Bermejo durante todo su mandato.

Según estos pensadores, los países del mundo deben rebosar educación y planteles educativos. Sin embargo, no dicen cómo dotar a los países pobres de tan admirable utopía. Eso es lo que tiene que resolver Juan José Arévalo cuando asume la presidencia en 1945, cercado por las luchas entre los grupos de Arana y Árbenz y en un país paupérrimo y con un índice de analfabetismo que espantaba al más valiente, rasgos y hechos que no varían gran cosa en 2024 sino que, en algún aspecto, son más graves al asumir la Presidencia de la República su hijo Bernardo Arévalo de León.

Dos puntos de inflexión marcan el paso y la presencia de dos frentes históricos: 1945 y 2024. El primero está nimbado por la luz de la democracia que por primera vez aparece en esa fecha en la Historia de Guatemala y que dura hasta el 3 de julio de 1954 en que retrocede la Historia de la mano del asesinado coronel Castillo Armas y su movimiento reaccionario. La primera democracia dura casi 10 años bajo la presidencia primero de Arévalo Bermejo y después de Jacobo Árbenz. El segundo punto de inflexión aparece evidente y en teoría recientemente con el hijo de Arévalo Bermejo: Arévalo de León, hoy en 2024.

¿Qué la democracia alboreó con la presidencia de Cerezo y el final de la dictadura militar?, es algo muy difícil de probar. Lo normal es negar que la hubo en tan largo período ya, debido a que la inconstitucionalidad en que vivimos se alargó hasta lo imposible, mientras la miseria y la falta de cultura e instrucción masivas se hacen gigantescas: del tamaño del coliseo romano. Casi cuarenta años después aparece un movimiento (Semilla) que aparenta tener toda la intención de conquistar un nuevo ciclo democrático y que el solio -al pasar del padre al hijo- traerá una nueva fase o lapso democrático, que Guatemala anhela, espera, supone y concibe.

Continuará.  

Artículo anteriorLos directores de escuelas e institutos 
Artículo siguienteHora de terminar con la Recesión de desempeño social