Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Dos contundentes y épicas misiones encomiendan los grandes dioses del Popol Vuh –encarnados en el Corazón del Cielo- a sus alter egos o dioses vicarios Hunahpú e Ixbalanqué: 1 acabar con el grupo familiar de los Guacamaya (los Caquíx) y 2 exterminar al nigérrimo reino de Xibalbá, sus habitantes siniestros y a los dioses oscuros del mal, autores de las muertes de Hun-Hunahpú y Vucub Hunahpú, hijos de Ixpiyacoc e Ixmucané, los abuelos. Esta podría llamarse la dinastía de los dioses “buenos”, nobles, creativos.

Contextualmente podemos comprender que los dioses supremos: Tepeu y Gucumatz –el Corazón del Cielo- y los abuelos estelares -Ixpiyacoc e Ixmucané- habían ya comisionado -para la labor que arriba indico- a otra pareja de hermanos divinos que terminan asesinados por los de Xibalbá al perder en el juego de pelota del infernal mundo del subsuelo.

Los dioses Tepeu y Gucumatz encuentran una gran solución para hacer que el “bien” triunfe y se corone en la nación quiché (nacida más bien de los toltecas y nahuas y no tanto de los distantes mayas) y, con tal triunfo y a la vez, la victoria de la especie de “religión” en que creen: la calavera del difunto Hun-Hunahpú engendrada milagrosamente en Ixquic: escupiendo en la milagrosa mano de la abuela para hacer que la estirpe y la sangre de los auténticos dioses triunfe,  divina estirpe y familia de momento humillada por el “mal”, es decir humillada por los Camek, triunfo similar al del mito de la Virgen María –el bien- aplastando la cabeza del diabólico reptil del subsuelo o sea del “mal”.

En otra suerte de advenimiento de otro mito (el de la resurrección) Hun-Hunahpú en realidad no muere. Resucita para engendrar en Ixquic a la pareja de hermanos Hunahpú e Ixbalanqué -que son hijos y nietos de Ixquic- a menos que Ixquic sea un nombre genérico y común de la divina dinastía. Tal resurrección permite –como en la de Jesús- que el “bien” triunfe en las acciones que ya hemos visto (que realizaron los gemelos del Popol Vuh: Hunahpú e Ixbalanqué) también hijos y sobrinos de los asesinados en el infierno quiché, el temible Xibalbá.

El que de entrada Hun-Hunahpú y su hermano Vucb-Hunahpú no hayan derrotado a los esperpénticos señores del inframundo o Xibalbá –pese al apoyo decidido de los dioses “buenos” del panteón quiché- da a entender que acabar con el “mal” (desde una perspectiva cristiana) y hacer que el “bien” triunfe no es cosa fácil ni empresa simple y sencilla. Por eso mismo Ixpiyacoc e Ixmucané permiten (siendo abuelos formadores de todo) que sus hijos Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú mueran a manos de los siniestros Camek, así como el Hijo del Hombre muere a manos de los judíos ¡también de los romanos¡, con lo que la religión de Jesús amor nos quiere indicar que el “mal” es muy poderoso. Jesús triunfa porque resucita, pero la resurrección de Hunahpú e Ixbalanqué hace un correlato con esa resurrección por medio de una mujer ¡también!, llamada Ixquic.

Tepeu y Gucumatz –los dioses máximos- dejan y permiten asimismo que Hun-Hunahpú y su hermano Vucub-Hunahpú sean asesinados y exterminados por la razón que ya indiqué. Pero luego –ya renacidos en sus hijos y sobrino- les dan apoyo más firme y poderes maravillosos (los trastruecan en maravillosos magos) a Hunahpú e Ixbalanqué, que exterminarán tanto a los Caquíx como a los Camek.

Para su estudio más fluido el Popol Vuh puede dividirse, a mi parecer y en conclusión, en tres partes:

1 El Génesis a lo cristiano: la creación del mundo y de los cuatro primeros hombres con el diluvio que recuerda a Noé. Esos cuatro primeros hombres fueron creados en Tula (antecedente del imperio mexicano, nahua o azteca o de la Tula de Chichén Itzá) durante el tercero o cuarto sol.  

2 Los relatos mitológicos o de la épica divina:

De Hunahpú e Ixbalanqué. Su padres Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú. Sus abuelos: Ixpiyacoc e Ixmucané. Las luchas de la familia Hunahpú contra Vucub Caquix (la Guacamaya) y su familia: Chimalmat, Zipacná y Cabracán y contra los Camek y su reino de Xibalbá. Interpolada la historia de los 400 muchachos y el enorme palo. 

 Y por último el triunfo de los Hunahpú al quedar embarazada la princesa Ixquicd de la calavera de Hun Hunahpú asesinado por los Camek.

Hun Hunahpú había tenido por aparte otros dos hijos: Humbatz y Honchuen: los toltecas, los creadores o los artistas. 

3 Historia de la repoblación de Chichén Itzá y la liga de Mayapán (en territorio mexicano) e historia de la repoblacicón del altiplano Guatemalteco por los toltecas que, desde Tula, trajeron a los quichés, Cachiqueles y otras tribus.

Genealogía de los reyes quichés que ya el texto entero del Popol Vuh (o sólo la parte 3) podría ser asimilado, entendido o interpretado como un alegato de las tierras quichés de cara a la Corona Española que las detentaba. Alegato que se hace más vivo en el “Memorial de Sololá” y en “El título de los Señores de Totonicapán y demás textos indígenas precolombinos de México y Guatemala como el Chilam Balam yucateco.

A mi parecer no hace falta saber quiché y ser quiché para trabajar el Popol Vuh profundamente (que no es el caso de este superficial estudio) como no hace falta saber latín y haber sido romano o serlo, para hacer investigaciones acerca de la Eneida de Virgilio o ser ruso y hablar ruso para escribir sobre “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski. Y menos ahora con la IA que nos permitirá perfectas traducciones.

Artículo anteriorSoluciones urgentes en el Mineduc
Artículo siguienteHacia una democracia más sólida