Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Secularmente, es decir, desde muchos siglos atrás, la desfloración del inconsciente casi sólo la han logrado los poetas (algunos muy contados, no todos) en los períodos o constantes barrocas o románticas que, en nuestro hoy, desembocan en el  dadaísmo  y el surrealismo como grandes corrientes de los siglos XX y XXI que aún no han caducado (pese a la apariencia de que sí) sino sólo han sufrido transformaciones sobre todo formales.

Sófocles ha sido quizá (especialmente con su “Edipo, rey”) a lo largo de toda la historia de la literatura, el primero que se atrevió (pese a que el ciclo estético en que él se desenvolvía no era, en rigor, ni barroco ni romántico, pero sí balanceadamente clásico en la conjunción de Dioniso y Apolo) a desflorar el inconsciente y a usar y tomar a los sueños como una especie de trasunto, consejeros y coautores.

El apoyo onírico de Sófocles (y la seriedad con que se tomaba el soñar, como más tarde lo hiciera también Freud) nos demuestra que la cultura griega del período clásico no era tan racional ¡o tan exageradamente racionalista!, como algunos fanáticos de lo racional o de la razón quieren presentárnosla.

La perforación del inconsciente lograda por Sófocles (al intuir lo que más tarde Freud llamaría complejo de Edipo y al descubrir uno de los  grandes arquetipos que Jung localizaría en el inconsciente colectivo) lo logra Sófocles por vía poética y no por el canal filosófico donde lo fijan Schopenhauer y Nietzsche, ni tampoco por el método  y medio científico en que lo localiza Freud y sus herederos espirituales (aunque también conjurados hijos): Jung y Adler.

La tradición literaria perforante de lo inconsciente nace e irrumpe en Sófocles y entre los griegos. Durante largos períodos de la historia del arte y la literatura –sin embargo- subyace latente y emerge –con eventualidad- en Dante, en el Bosco, en Cervantes, en Goya. Y durante los períodos clásicos o racionales es silenciada como si los instintos pudiesen ser acallados.

De pronto, durante la segunda mitad del siglo XVIII y con más fuerza y resolución durante los primeros cincuenta años del XX, aparece un movimiento que aún no claudica y del que seguiremos recibiendo sus efluvios. Este movimiento es el romanticismo que, desde el punto de vista ideológico, sustentan y cimientan –entre otros pensadores- Schopenhauer y Nietzsche.

Después de Sófocles (porque recoge con absoluta convicción y decisión la bandera por él sembrada en el “Edipo, rey”) es el romanticismo y los artistas románticos quienes se lanzan –ahora grupalmente y  con mayor sistema y conciencia- a la desgarrada y doliente perforación del inconsciente por medio de diversos canales: el arte y la filosofía y más tarde la ciencia con Jung, Freud y Adler. Porque la ciencia que enarbolan estos tres grandes genios de alguna manera –y aunque parezca absurdo- es una “ciencia romántica”, en la medida en que valora las emociones, la imaginación, la fantasía, la individualidad, los instintos y el  sexo.

No obstante, los artistas románticos y también los pensadores y científicos que nadan en su estela y cimientan el movimiento, sufren intensamente el fenómeno íntimo y psicológico de la resistencia (así la bautizó Freud) cuando los elementos de la moral tradicional y gazmoña internalizados en nosotros se resisten a dejar ver y a dejar salir los podridos y fétidos miasmas que se acumulan en el mágico e “instintual”  inconsciente.

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