Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Leí hace algunos años un breve texto del maestro Juan Villoro, refiriéndose a un paraguas y a las formas de utilizarlo (o algo así). No lo recuerdo con exactitud, pero lo traigo a cuento porque aquel texto vino a mi mente ayer (domingo), como a las siete, mientras esperaba el inicio de un evento de atletismo que se desarrolló sobre un buen trecho de la Avenida Reforma, en horas de la mañana (de más está indicar que yo no participé, tan sólo asistí como espectador).

La avenida lucía tranquila, el clima era agradable, y los participantes y asistentes empezaron rápidamente a formar un grupo nutrido que seguramente no imaginó que en breve una lluvia fría y torrencial caería sobre sus cuerpos. Y así ocurrió. Sin anuncio previo los goterones empezaron a mojar el asfalto y las molleras que poco antes aún descansaban sobre cálidas almohadas domingueras.

Un riachuelo rítmico y veloz apareció de pronto a la par de las aceras, mientras unos y otros empezaban a cubrirse bajo la copa de algún árbol cercano (error, por razones obvias en esos casos), bajo alguna cornisa o corriendo intempestivamente para refugiarse en autos o buscando algún paraguas que les permitiera seguir el evento con cierta tranquilidad bajo la lluvia (eso fue lo que me hizo recordar el texto arriba aludido).

Los atletas, sin embargo, empezaron la carrera a la que habían sido convocados, como estaba previsto, probablemente agradeciendo la frescura que los empapaba, mezclándose con el sudor del esfuerzo y del agotamiento que produce correr con paso rítmico y constante en busca de una meta aún lejana. Todos los asistentes, sin duda, experimentaron la lluvia a su manera (o según su perspectiva y momento histórico), sea corriendo, sea agradeciendo, sea con preocupación por la salud de algún niño o persona mayor que llegó para presenciar el evento, o quizá con vergüenza por algún abucheo inesperado que sin duda no podría haber caído en gracia y mucho menos cuando no se cuenta con un paraguas.

La lluvia también puede ser, por supuesto, la excusa perfecta para salir corriendo apresuradamente sin ser atleta en esos casos. O para ver al cielo y dar gracias porque, a pesar de todo, mientras unos recibimos la lluvia inesperada sobre nuestros cuerpos para luego continuar con nuestro día sin mayores adversidades, otros ven sus hogares derrumbarse por inclementes ríos de chocolate que arrasan con todo lo que van encontrando a su paso de manera inexorable… En fin, hay formas y formas de ver y experimentar la lluvia, allí donde nos encontremos, y muchas veces quizá sin un paraguas.

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