Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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No existe recurso más innovador ni procedimiento más revolucionario que el monólogo interior, en el mundo de la narrativa, sobre todo si revela y es espejo del inconsciente.

Sin embargo, la mayoría de críticos (e incluso de algunos cuentistas y novelistas que no emplean el monólogo interior más que superficialmente o no lo usan de plano) tienen una visión entorno a él simple, miedosa, periférica e ignorante del psicoanálisis -que fue su fuente y motivación doctrinario científica- con la precursora excepción acaso de Dostoievski y a partir de su novela “Memorias del subterráneo” –en que incluso utiliza –el escritor ruso- la palabra “subterráneo” adelantándose a Freud y siendo su precursor- quien llamó al id, inconsciente o ello con el nombre también de “desván” -o “el sótano de la casa”- que resulta ser una parte de la persona y su mente inconsciente.

El monólogo interior puede fluir (desde la cabeza del protagonista o del personaje) mediante la conciencia (lo que Henry James llamó el libre flujo de la conciencia) o desde el inconsciente por medio de los sueños, las pesadillas, las alucinaciones o el duermevela (semi-vigilia o estado crepuscular) como en el último capítulo de “Ulises” de Joyce o por medio de una combinación de ambos.

La mayoría de críticos explican el monólogo interior (o la mayoría de profesores universitarios) desmontando fenomenológicamente el libre flujo de la ¡conciencia!, de los personajes que viene a ser casi la misma forma tradicional de cuando el novelista decimonónico (y anterior) decía: y entonces Juan (el personaje) pensó lo siguiente… y a continuación transcribía lo que el personaje o protagonista Juan estaba pensando o reflexionando con su conciencia, pero sin permitir que su inconsciente se revelara porque el novelista desconocía que él tuviera inconsciente o, al menos, conscientemente…

En el “Ulises” de Joyce (obra maestra que no descubrió –pero sí sistematizó- y lanzó el procedimiento del monólogo interior) hay distintas formas del monólogo interior:

1 El que fluye sobre todo del psiquismo de Leopoldo o de Esteban del “Ulises”, interpolado en la conversación que sostienen con otros personajes y que emerge por estimulación de las imágenes, acciones y objetos que tienen a su alrededor, o por las frases que en el diálogo mismo se van pronunciando, es decir, por libre asociación de ideas que también es un descubrimiento freudiano.

2 Otra forma de monólogo interior que el “Ulises” ofrece es el que Henry James bautiza como ¡libre!, flujo de la conciencia (que en inglés se llama “stream of consciousness” y en francés “courant de la consciencie”) y que es el que Joyce desarrolla desde la mente de Esteban Dedalus –por ejemplo- cuando este se pasea por la dublinesa playa de Sandymount, mientras mata el tiempo para reunirse –después de que ha salido de dar clase en la escuela donde enseña- con su amigo Buck Mulligam y compañeros. Aunque eventualmente en ese flujo de la consciencia se interpolan frases (por el sistema de libre asociación) que vienen de más allá, de más profundo, desde precisamente el inconsciente, como la martillante frase obsesiva compulsiva (TOC) que, como un eco grotesco, repite que tal vez Esteban es el causante de la reciente muerte de su madre, hecho que se atrevió a contarle –antes, hacía pocas horas- a su amigo Buck en la Torre de Martello.

Y 3. La tercera manifestación de monólogo interior –en “Ulises” de Joyce- es el que me atrevería a llamar –con Anderson Imbert: monólogo interior directo, pero que más me gustaría bautizar como: monólogo interior del inconsciente y que ya he comenzado a pergeñar línea antes.

Esta forma tan audaz e incomprensible para el impaciente lector y para el crítico ignorante de la doctrina del psicoanálisis (que hoy ya es toda una weltanschauung) sólo se da –en forma completa- una vez en toda la novela y la cierra: es el largo monólogo interior de Molly la esposa de Leopoldo Bloom: cuarenta y cinco páginas en un solo bloque de palabras ¡sin puntuación!, y que recoge el duermevela (estado crepuscular) de Molly.

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