Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Una generación política, histórica o literario-periodística puede surgir entorno de un hecho rebosante y exuberante de la Historia o de lo social. Por ejemplo, lo que en España se llamó “el Desastre” -hacia 1898- aciago en sumo grado y sobremanera, produjo una generación de intelectuales que ha sido ejemplo para el porvenir en el sentido político y literario periodístico, etc., y su papel denunciador de aquella España que se desmoronaba.

En 1898 España pierde sus últimas y riquísimas posesiones coloniales en América (Cuba y Puerto Rico y, en otro punto del planeta, las Filipinas) al enfrentarse en una lid muy desigual y desventajosa con los Estados Unidos con mejor armamento. La repercusión que ello tuvo en la Península (trágico y devastador impacto) funda una generación histórico político literaria: la generación del 98 en la que principalmente escritores y periodistas pero también hombres de pro en general –de gran civismo– y políticos literatos se enfrentan con “el Desastre” para lograr la palingenesia de España (su renacimiento) redimensionarla y europeizarla (como exigía Ángel Ganivet en su “Idearium”) bajo la regencia de María Cristina y del reinado de Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, rey emérito.

En este sentido la generación de 1920 de Guatemala –la de Asturias, que no es la de Arévalo Martínez ni Wyld Ospina– justifica muy bien su denominación, su etiquetación generacional. Porque se reunieron alrededor de una idea y hecho histórico trascendental: tumbar a Manuel Estrada Cabrera utilizando como plataforma de impulso los principios y camuflaje del Partido Unionista. Efímera fue su fundación gloriosa (mucho más tarde renació mediocremente) en un sentido político-ideológico, pero es un hecho que, en torno a tal efemérides, surgió la generación más y mejor consolidada de periodistas y escritores que el siglo XX dio a Guatemala, añadiendo (también por sus méritos históricos más tarde) al grupo Saker-ti –o generación de 1946– corporación de similares ideales que la Revolución de 1944 con Asturias y Neruda como guías y modelos.

Otro motivo, motor e imperativo que puede llegar a estimular la integración de una sólida generación de periodistas, escritores y artistas e intelectuales (de la que surgen y son fundadores los grandes literatos de una época, en determinado marco geográfico e histórico) es la de aglutinarse alrededor de un líder (y seguirlo con admiración y fe) quien con su subyugante capacidad de seducción o persuasión (mediante sus escritos, oratoria y manifiestos) o simplemente con lo que García Lorca llamó “tener duende”, logra sostener unida a la generación.

El líder puede o debe (idealmente) estar físicamente presente o sólo en lo espiritual. Hitler fue el líder del nacionalsocialismo alemán pero sigue siéndolo en Alemania y otras partes. Nietzsche lo fue de un gran número de modernistas (en cuenta Arévalo Martínez dentro de la generación de 1910). Larra y Ganivet asumieron este rol para los de 1898 español. Pero también –de lejos en el tiempo y en la geografía– lideraron a los modernistas: Poe, Baudelaire –y no digamos el Divino Lelián– con Rimbaud.

Cuando en 1898 España entró de lleno en la picada de “el Desastre” (después de haber sido la nación más poderosa del planeta, convertida con los siglos en una limosnera, como la describe más tarde en un poema Antonio Machado, hombre del 98) un grupo de intelectuales se congregó para analizar las causas de la degeneración hispánica o las razones del hambre y la miseria, que durante la infancia de Alfonso XIII llegó a su sima, en aquel territorio donde alguna vez –el Emperador– había dicho con justificación arrogante: “En mis dominios no se pone el sol”. Justamente este grupo (ya lo he dicho) se denominó –bautizado por el duque de Maura y apoyado en su bautismo por Azorín– generación del 98.

Uno de los hijos más fecundos y estimulantes de esta generación (que no fue de ella sino su heredero y epígono) es José Ortega y Gasset y en su libro (de mucha lectura en Guatemala sobre todo por seudopolíticos) “El tema de nuestro tiempo” (uno de varios en que analiza el dolor político y económico de España) nos habla muy preocupado del tópico de las generaciones (siguiendo para ello la teoría organizada y acuñada en Alemania por Julius Petersen) y se pregunta si en la base de la desgracia, de la crisis y de la posible recuperación política de la Península existe un fenómeno conocido con el nombre de generación, que cambia o sostiene o fija la evolución de un país que, aunque parece paralizado en ese sentido como Guatemala, puede abrigar alguna esperanza.

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