Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Los hombres del siglo XVIII se dieron cuenta claramente de algo, de un hallazgo muy singular. Llegaron a la conclusión de que la civilización, la cultura que hemos barruntado ¡es un absoluto fracaso! (Conclusión a la que también deberíamos arribar nosotros los del XXI). Y se dieron a la afanosa ¡pero acaso a la inoperante e inútil tarea!, de reformular la civilización. Por lo menos a escala de conceptos, de revisión del pasado, de crítica de todo lo que la humanidad había actuado y que conocemos también como tradición (guerra a las tradiciones conventuales) y que clasificamos como “lo establecido”.

No es de ahora lo de ir “contra el establecimiento” (el establishment) sino de hace ya más de dos siglos. No han sido los hippies los primeros en enarbolar la bandera que condena acremente la tradición (las tradiciones) sino que los primeros han sido los hombres de la Ilustración dieciochesca, los que pergeñaron la Enciclopedia.

Pero entre ellos hay uno de enfoques singulares (además de Diderot) y que propone una tesis absolutamente peculiar. Es Juan Jacobo Rousseau que, completamente agotado y desalentado de los errores y flaquezas de la civilización o cultura en que le tocó nacer, intenta convencer a todos los que lo leen y lo siguen que es necesario volver a la naturaleza.

Volver a la naturaleza significa dejar a un lado toda la tradición. La de convento y la de carácter civil. Todo lo establecido y respetado. Cuanto había sido tenido por “bueno” y por útil.

Casualmente y en su día los hippies han propuesto más o menos lo mismo y lo han llevado a cabo concentrándose en granjas no industrializadas donde vivieron de la manera más primitiva posible. Porque volver a la naturaleza significa (de alguna manera) retornar a las cavernas o a algún hito similar.

Es obvio que quienes proponen un regreso a la naturaleza y un abandono de ¡esta!, civilización por perversa, no toman en cuenta lo difícil –si no imposible– que sería tal planteamiento y reestructuración. El hombre ya no puede yacer dulcemente sobre la exuberante y acogedora grama porque se moriría de resfríos o acaso de pulmonía. No podría ingerir todos sus alimentos crudos porque estaría constantemente constipado.

¿Debemos entender esa vuelta a la naturaleza como algo meramente metafórico y relativo? Rousseau propone incluso una educación natural bajo la que fue formado el protagonista de su más famosa novela: “Emilio” que alcanzó rápidamente las playas americanas e influyó en la formación de Simón Bolívar gracias a la presencia en la vida del Libertador de su maestro Simón Rodríguez, el primer filósofo americano autor de “Inventamos o erramos”.

Bolívar no aprendió las primeras letras en un aula ascética, piadosa y conventual y por tanto milagrera, sino al aire libre rodeado de naturaleza. Aprendiendo a remar y a nadar. Viendo crecer la vida pura en los corrales (sin veladuras de ninguna especie) y germinar en los surcos los sembrados y en los árboles los nidos. Observando el ayuntamiento de las bestias y el brotar y germinar de las semillas en la tierra. Nada de latines e indigesta sabiduría. Ayuno de corales tablas de multiplicar. Nada que cierre el entendimiento y la razón pura por las técnicas redoblantes de memorizar.

El “Emilio” de Juan Jacobo es un texto que revisa los sistemas educativos de ayer y todavía hoy, porque la vigencia de Rousseau es eterna. Lo que cuestiona él es la capacidad de mutilar e inhibir la mente y la verdadera razón que la educación tradicional socava. Este panorama sigue vigente hoy.

El “Emilio” es un libro que enseña una nueva manera de vivir, de pensar y de entender a Dios porque no es ateo. Propone asimismo un Dios natural que poco tiene de parecido con el Dios tradicional y que Rousseau ve sencilla y únicamente como causa primera del universo. Es la “religión natural” de los enciclopedistas (deísmo como ellos la llamaban) versus la religión revelada que por más de 2,000 años nos ha comandado. Pero tendríamos que hacer una excepción del deísmo con Diderot, porque a mi entender él sí profesa el ateísmo, si leemos bien sus aforismos en “Los pensamientos filosóficos”.

Aunque el retorno a la naturaleza siempre es una propuesta de cuño romántico (acaso haya una gran evasión iracunda en ello) es de todas maneras renovador y fresco, al observar que casi todos las metodologías y procedimientos pedagógicos (hoy) nos llevan en el fondo a la impaciencia, la violencia, a la muerte y a las campañas bélicas y destructoras. ¿O no estamos inmersos en ello?

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