Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Si a mí me hacen la pregunta directa  -sin ambages ni misterios- en torno a si Guatemala es un país o un Estado laico, tendría que contestar que ¡no!, porque en ninguna parte de la actual Constitución de la República se declara abierta y transparentemente: “Guatemala es un país o Estado laico”. Buen cuidado tuvieron sus autores (los presuntuosos constituyentes) de no lanzarse por una definición o enunciado de suerte tan indiscutible y poco procreador de dudas, sino todo lo contrario: que el texto constitucional quedara en las tinieblas, que se pudiera suponer que es y no es un país laico.

Lo que en cambio sí que expone, manifiesta y promulga –sin ocultaciones de ningún estilo, en el Artículo 36 de la mencionada Carta- es la “libertad de religión”, es decir, libertad de culto, porque indica: “Toda persona tiene derecho a practicar su religión”,  lo que no la hace necesariamente (a esa persona o ciudadano) laico o practicante del laicismo.

Ahora bien, sí que informa contundentemente –como primera y acaso  más importante divisa de todo el texto constitucional- una premisa fundamentadora que nos deja clara la religiosidad de la Carta Magna, pues se abre así, piadosamente: “Invocando el nombre de Dios” (…). Quiere decir que se pide auxilio (para redactar ¡toda!, la Constitución) a Alguien en especial, a divinidades o poder superior o personas sagradas.

Si la Constitución se destapa con esta súplica e imploración: “Invocando el nombre de Dios”, es claro que se trata de un país república o Estado ¡religioso!, es decir, creyente en una persona sagrada o divinidad. Me atengo a las definiciones que al respecto nos da el DLE.

Esta parte –la primerísima, la primera línea de todo el texto- entroniza al país bajo la advocación de la Divinidad, y  como dependiente de las creencias religiosas

Laico o laicismo. Con estos términos debemos entender -en cambio- el principio o premisa de lo que consiste la autonomía del Estado frente a la Iglesia -y al contrario- para evitar acaso el nacimiento de Estados fundamentalistas (fundamentalismo asumido abiertamente por Giammattei: de indefinición y mezcolanza) que es la exageración de codependencia –el fundamentalismo- entre el Estado y la Iglesia católica, protestante, judía o mahometana.

¿Cuál es la razón y sentido de declarar que un Estado es o no laico?  Pues por ejemplo para evitar la confusión que provoca -en el mundo de los valores guatemaltecos- el “Desayuno ¡Nacional! de Oración de la Guatemala Próspera”, ayer de Jimmy Morales y hoy de Giammattei. Evento  tan criticado por mí en aquel entonces (en un artículo de agosto de 2016 en la revista Crónica) cuando se dio un espectáculo parecido al reciente, protagonizado hoy por oradores ¡religiosos!, similares pero de distinto nombre, al igual que los organizadores y responsables de este espectáculo “Nacional.” Lo grave es que si es “Nacional”, el Estado se convierte en religioso y por ende antilaico. Que es lo que se discute.

Declarar abiertamente que un Estado es laico en vez de hacer  iniciáticamente confusas y bizantinas invocaciones a Dios, evita que se caiga en preferencias. Pues, de alguna manera, cuando un Presidente, rey, sátrapa o dictador se decanta públicamente por X o Y religión -o más bien secta- con tal espaldarazo le da relieve y brillo a la escogida y provocará disturbios y resentimientos en las otras que, aunque no lo expresen explícitamente, implícitamente el runrún cunde en los medios y redes.

Hasta no hace mucho (mucho menos que mi edad) el Estado guatemalteco se declaraba oficial y constitucionalmente católico, provocando el resentimiento silencioso de las otras religiones o sectas que se practican en Guatemala. Este resentimiento se incitaba  sobre todo entre católicos y protestantes (que últimamente se empoderan al máximo) que habían logrado ya un derecho gubernamental o estatal -de la época del Dr. Mariano Gálvez-  quien parece que declaró la libertad de cultos en el país. De poca duración –si hubo tal decreto- pues entró después el Capitán General Rafael Carrera de Pavón y Aycinena, padre no del laicismo sino del aycinenismo.

¡Y ese es un asunto de mayor gravedad!

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