Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Mario Alberto Carrera

Con el correr profuso de los años los roles que más quisiste se diluyen en las alboradas grises de los días largos y soñolientos de este mes de junio.
Reúnes en un solo ramo de azaleas las fechas de junio y julio en que recuerdas tu paso balbuciente por la vida desempeñando estos dos fructíferos oficios aunque creas que, al final, no eres hoy el padre amoroso y el dedicado maestro que iluminado te sentías en los 90.
Cada día de entonces se desgajó en un puño de luceros, porque cada día los hijos y los alumnos te sorprendían con un racimo de poemas escritos al rajarse lo auroral del tiempo, cuando el día aún es tierno y aún promete.
Te ilusionó ser padre como te había encandilado ser mentor. Pero tal vez te encantó más ser maestro que padre. De padre no tuviste acaso vocación de serlo. Porque lo que te apasiona es la instrucción: transmitir a otro tus conocimientos.
Pero, antes, otra ocupación surgió también en ti como carrera de luciérnagas en el camino que los dioses te lanzaron: la escritura. Y fue tal vez la palabra la que te llevó a la paternidad y al magisterio. La palabra dueña del mundo –porque lo crea– y gestora de la vida. Encontraste en ella la razón de ser por sobre todas las cosas. Este mes de junio es asimismo de júbilo en las Letras. Dos meses junio-julio (de diosas y emperadores) que azuzan tu memoria y tu oxidado numen.
Qué más quieres, te dirán: escritor, padre, maestro. Tres dones ¿benditos o malditos?, que rara vez se dan tan florecidos en un solo mundo, para tu bien o para tu mal.
Pero también –los tres– trágicos dones cuando y donde no se encuentra la tierra propia para la floración del campo. El campo donde la semilla tenga su florescencia y su biografía terrenal.
Aunque ser maestro fue en un tiempo el placer intenso de frutecer que te marcaba el día y el amanecer, creo que la pasión por la palabra –de la juventud a la madurez– fue tu defensa contra la muerte que te seducía, contra la depresión siniestra, contra el delirio maníaco depresivo. Te ha salvador de mil y una veleidad y, sobre todo, de la desdicha del conocer la profunda caída y te ha ofrecido el caudal inmenso de la esperanza.
Ni un día sin línea ha sido el río amargo pero oportuno y siempre nuevo de la ilusión que se hace ardiente chispa aunque provenga del frío inmenso del infortunio.
Ni un día sin línea es el sendero que se abre a la oportunidad de serlo todo: padre, maestro, escritor. Todo lo que algún día deseaste ser y que lo has sido gracias a la primera línea que te otorgó el diablo.
Se van los días cada vez más presurosos y difusos en tu mente por el vértigo contra el que se estrellan en medio de la nada. Y en esa nada de la condición humana te das cuenta que de las tres gestiones te quedas con las letras. Llegaste a ellas en plena niñez-adolescencia –mucho antes de ser padre y maestro– y pervivió por siempre la Literatura.
Los otros dos roles los has ido abandonando a lo largo de la vida como se desprenden prendas que ya no nos son tan necesarias. Y tal vez al fin quedes desnudo como la estrella del verso de Darío. ¿Y sin Literatura? La Literatura es la progenitora del todo intelectual, y la instrucción. Y no piensas en abandonarla.
Que cuando a la fosa bajes te lleves muchos libros al escondite más silente de la Tierra. Donde el silencio se hace letras. Y una pluma y un papel. No sabrías qué hacer si no te entierran con este bagaje de sirenas y de faunos. Las sirenas de Ulises –el contador de cuentos– para abrirse muy adentro con la convicción de que al diablo le gustarán las Letras.

Artículo anteriorEntre la guerra y la pandilla
Artículo siguienteEl cinismo político del Estado colonial