Ha arrancado la campaña electoral y todos los políticos comienzan a ofrecer todo tipo de planes y propuestas al electorado para atraer el voto. Sin embargo, en este ciclo electoral, desde hace meses, se ha visto una tendencia de algunos candidatos a ofrecer, en mayor o menor medida, replicar el modelo de Nayib Bukele en Guatemala. Dejando de lado lo que implica la pobreza de imaginación de los equipos de campaña en cuanto a divisar estrategias que consisten en ofrecer lo mismo que hace un presidente en el país vecino, me inquieta que el electorado, por desconocimiento de la tendencia autoritaria de Bukele, le resulte atractivo el modelo que proponen los políticos guatemaltecos. Es preocupante.
El presidente Nayib Bukele es muy hábil con el manejo de relaciones públicas y el marketing político. Su estrategia de medios y, especialmente de Twitter, llama mucho la atención. Ha sabido cautivar a su electorado con un mensaje muy diferente a los que eran sus adversarios políticos, un poco “anti-sistema” frente a la desgastada dualidad FMLN-ARENA, con un rostro joven y mensaje anticorrupción. Recientemente, a través de sucesivos Estados de Excepción ha llevado la lucha contra las pandillas a la palestra y ha logrado proveer a la población una sensación de seguridad que por años han sufrido el flagelo de la violencia y amenazas de las maras.
No obstante, lo anterior, detrás de este éxito se esconden otros rasgos del gobierno de Bukele que son, como mínimo cuestionables. En primer lugar, hay que recordar que a través de su mayoría parlamentaria hizo destituir al Fiscal General que no le era leal y el cual lo estaba investigando. Segundo, hay que recordar que destituyó ilegalmente a los miembros de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia porque sería un contrapeso a su agenda. Tercero, con su bancada pasó una reforma a la Ley de la Carrera Judicial con el objetivo de jubilar a los jueces que hubieren sido nombrados por sus antecesores y nombrar a sus leales, reconfigurando el poder judicial. Cuarto, ha hostigado a la prensa y es hostil con la comunidad internacional, y, por último, ha mostrado en sus discursos desdén por los Derechos Humanos y las garantías individuales, aunque lo disfrace con preocupación por la seguridad de los salvadoreños. Ha gobernado gran parte de su gobierno en Estado de Excepción. Es evidente que existen importantes rasgos autoritarios en él.
Por lo expuesto anteriormente, veo con recelo que algunos candidatos ofrezcan “replicar el modelo Bukele”. El “modelo Bukele” hay que reconocer que ha proyectado una imagen de eficiencia estatal y de buena gestión, pero principalmente, en mi opinión, es un modelo que concentra el poder, de autoritarismo y de pérdida de derechos individuales a costa de la “seguridad” y, hay que decirlo, afín a un régimen dictatorial. Dejando de lado que ninguno de los candidatos inscritos actualmente tiene el carisma y juventud de Bukele como para atraer al electorado como lo hizo él, y por ello, en mi opinión es una mala estrategia de comunicación política, como ciudadanos debemos estar atentos y ver a través de la “maleza” para comprender que el modelo Bukele trae consigo elementos indeseables. Esas características indeseables son cooptación de cortes, pérdida de libertades como la libre expresión, corrupción y autoritarismo. En Guatemala el gobierno actual y sus aliados en gran medida nos ha dirigido en esa dirección. No consolidemos el “modelo”. No caigamos en la trampa que Benjamín Franklin resaltó en su frase: “Aquellos que renunciarían a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal no merecen libertad ni seguridad”.