Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Ayer, literalmente, hubo una estampida propagandística en el país, una vez que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) dio el banderazo de salida para la segunda fase del proceso eleccionario. La mayoría de contendientes electorales se lanzaron a las calles a colocar mantas, afiches y toda clase de artilugios propagandísticos, haciendo gala de mucho dinero, poca imaginación y de una vulgaridad y ordinariez sin límites, que les retrata de cuerpo entero.

En el argot político mexicano, originado a partir de la Revolución de 1917, que se libró en tren y a caballo, se acuñó el término “está flaca la caballada”, para referirse a la poca talla política, social y cultural de los contendientes a una elección, como en el caso de Guatemala. El término cae como anillo al dedo, salvo escasas y honrosas excepciones, para una pléyade de candidatos sin brillo, sin trayectoria, y sin logros políticos y académicos, que son unos perfectos desconocidos, y son exponentes de una gran mediocridad. Eso no importa en esta contienda, pues quienes resulten electos no van a gobernar, sino a transar.

El sistema político electoral guatemalteco nunca estuvo tan por los suelos, como en esta contienda. Comenzando con el árbitro, el tristemente célebre TSE, integrado con un magistrado que falsificó su título de doctorado, varios a quienes se les sindica de corruptos, y que resuelven las controversias electorales al margen de la ley, luego cambian los fallos y terminan sembrando la zozobra y la incertidumbre en una contienda en la que la arbitrariedad es la regla del juego.

En esta elección, el timo se está dando antes de iniciar las votaciones, mediante el fraude de ley, pues la arbitraria exclusión de candidatos y candidatas opositores es pan de cada día, mientras inscriben a contendientes sin ninguna idoneidad, violando la Constitución, varios de los cuales han sido condenados por narcotráfico, corrupción y violaciones sexuales, mientras otros son solicitados por EE. UU. para ser extraditados por corrupción y por atentar contra la democracia. Lo increíble es que el TSE ignora tales sindicaciones internacionales, aduciendo que actúan “en defensa de la soberanía nacional”; arbitrarios pero soberanos.

Por el lado de los partidos políticos la situación está aún peor. Sin excepción, todos son aparatos electorales carentes de planteamientos programáticos, ayunos de vida orgánica, donde los dueños imponen candidaturas y decisiones políticas, sin atenerse a principios y valores democráticos. La zancadilla política, la descalificación personal y la puñalada trapera están a la orden del día. La militancia debe ser obediente, no beligerante y ser capaz de tragarse todas las excrecencias que un sistema político putrefacto pueda generar. Los buenos cuadros del partido, hombres o mujeres, son aquellos que portan con orgullo la camiseta, gritan alto la consigna, y agachan obsecuentemente la cabeza frente a la arbitrariedad y corrupción de sus jefes. Los dueños de la ficha electoral no quieren ciudadanos beligerantes, ni militantes pensantes, buscan marionetas que obedezcan, se cuadren ante el atropello y se conformen con el hueso carnudo que les tire “la dirigencia”.

Este trágico panorama electoral, donde hay libertad para votar pero no para elegir, es el producto de una ciudadanía sin formación democrática, sumida en la pobreza y el hambre, que salió de la guerra para caer en manos del Pacto de Corruptos, la manipulación política y la demagogia electoral. Uno de cada cinco ciudadanos empadronados es analfabeta, realidad que refleja la falta de criterio para elegir.

El TSE reportó más de 9.3 millones de ciudadanos inscritos para votar, padrón que deberá ser depurado, y en el cual no se quisieron empadronar dos millones de jóvenes, en edad de votar y con Documento Personal de Identificación, porque seguramente no ven que este corrupto sistema político les aporte un mejor futuro.

Este obscuro panorama, que cierra las posibilidades a la ciudadanía para resolver civilizadamente sus controversias políticas, es fuente de conflicto. El TSE ha identificado 47 municipios con el mayor riesgo de conflictividad electoral, en los departamentos de Alta Verapaz, El Progreso, Guatemala, Escuintla, Huehuetenango, Izabal, Jutiapa, Petén, Quiché, San Marcos, Santa Rosa, Sololá, Suchitepéquez, y Zacapa.

En este apocalíptico contexto electoral, se llevarán a cabo las elecciones generales de 2023, el domingo 25 de junio, para elegir al presidente y vicepresidente de la República, 160 diputados al Congreso, 340 corporaciones municipales y 20 diputados al Parlamento Centroamericano. En caso de que ningún candidato presidencial obtenga la mayoría absoluta de los votos en la primera vuelta, se realizará una segunda vuelta, el 20 de agosto de 2023. El TSE informó que, hasta el 26 de marzo, fecha en la cual finalizó la presentación de la documentación para la inscripción de candidatos, se tenía el registro de 23 binomios inscritos, los cuales buscarán la Presidencia del país.

Por lo antes dicho, parece que no arrancó “una caballada flaca”, sino que iniciaron su andadura los cuatro jinetes del Apocalipsis, que después de las elecciones nos traerán la guerra, el hambre, la peste y la muerte, si como ciudadanos no nos alzamos para apropiarnos de nuestro destino. Recordemos que como sostenía Mohandas Karamchand Gandhi “cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer”.

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