“Nuestras vidas son los ríos/gran cantar/entre los poetas míos/Manrique tiene un altar”. Encomio de Antonio Machado hacia el autor de las célebres “Coplas por la muerte de su padre”. Para Lope de Vega, dichas coplas eran dignas de escribirse con letras de oro. Compuesta cerca de 1477 el poema es atemporal y tampoco tiene límites geográficos o culturales. Manrique logró plasmar la realidad de la existencia humana en lo que se considera uno de los monumentos de la literatura universal. Condensa la eterna reflexión del ser humano respecto a nuestra realidad temporal, la fugacidad de la vida y la vanidad de las dichas humanas. Cuando se empiezan a leer los versos se escucha el eco de campanas dolientes: “Recuerde el alma dormida/avive el seso y contemple/cómo se pasa la vida/cómo se viene la muerte”. Talán, talán. Una cadencia que se va repitiendo a lo largo de los 40 estrofas.
Es claro que la intención original era enaltecer la figura de don Rodrigo Manrique y Lara, conde de Paredes; ensalzar sus hazañas como libertador que arrebató de los musulmanes tierras cristianas en ese largo proceso de la Reconquista (lo compara, entre otros, a Julio César, Trajano, Aníbal, Marco Aurelio). También exalta la noble ocupación de la guerra y la caballería, ya que todos los demás son “oficios non debidos”. Siendo su padre la figura central del poema es evidente que la conmoción por su muerte haya suscitado en don Jorge profundas reflexiones sobre la inevitable muerte.
En cierto sentido el poema es largo por lo que, para asimilarlo como es debido, se debe uno separar temporalmente de la corriente mundana (en el fondo de eso se trata); escoger un remanso en nuestras múltiples ocupaciones y meditar cada una de las coplas. Profundizar en su contenido. Captar su mensaje.
Aunque no es un texto religioso sí contiene varias citas declaradamente propias del credo cristiano católico, extracto de una España que acababa de consolidar la citada reconquista a los reinos islámicos. En varios pasajes se repite la expresión “lucha contra moros”. En ese ambiente profundamente religioso Manrique invoca “a Aquél (…) que en este mundo viviendo el mundo no conoció su deidad”. Más adelante, escribe: “Y aun el hijo de Dios/ para subirnos al cielo/descendió/a nascer acá entre nos/
y vivir en este suelo do murió.” En la parte final anota: “Tú, que por nuestra maldad tomaste forma servil y baxo nombre/Tú, que a tu divinidad/juntaste cosa tan vil como es el hombre/Tú, que tan grandes tormentos sufriste/sin resistencia en tu persona/no por mis merescimientos/mas por tu sola clemencia/me perdona”.
En congruencia con la prédica cristiana, el autor reitera que este mundo “es camino para el otro” por lo que todos debemos comportarnos procurando merecer la vida eterna. Por eso reprende los placeres mundanos: “Cuán presto se va el plazer/cómo después, de acordado/da dolor.” Más adelante recuerda el castigo: “Y los deleites de acá/son, en que nos deleitamos/temporales/ y los tormentos de allá/ que por ellos esperamos/ eternales.”
“Los plazeres y dulçores/ desta vida trabajada que tenemos/ ¿qué son sino corredores
y la muerte/ la celada en que caemos?/ No mirando a nuestro daño/ corremos a rienda suelta sin parar/ desque vemos el engaño/ y queremos dar la vuelta/ no ha lugar.”
“El vivir que es perdurable/ no se gana con estados mundanales/ ni con vida deleitable/en que moran los pecados infernales./ Mas los buenos religiosos/ gánanlo con oraciones y con lloros/ los caballeros famosos/ con trabajos y aflicciones contra moros.” “Más cumple tener buen tino/para andar esta jornada/sin errar”.
Pero más allá del marco religioso el mensaje principal se extiende y se convierte en una exhortación para ponderar en justa dimensión el verdadero valor de las cosas humanas:
“Ved de cuán poco valor/son las cosas tras que andamos y corremos/que, en este mundo traidor/aun primero que muramos, las perdemos/dellas deshaze la edad/dellas casos desastrados que acaescen/dellas, por su calidad/en los más altos estados desfallescen”.
“Los estados y riqueza/ que nos dexan a deshora/ ¿quién lo duda?/No les pidamos firmeza/ pues que son de una señora que se muda;/que bienes son de Fortuna que revuelve con su rueda presurosa/
la cual no puede ser una/ni estar estable ni queda en una cosa”.
Respecto de los bienes y honores repite: “¿dónde iremos a buscallos?” ,“¿qué fueron, sino rocíos de los prados?”, ”¿qué le fueron sino lloros?”, “¿fuéronle sino pesares al dexar?” “¿Qué se hizo el rey don Juan/los infantes de Aragón/qué se hicieron”.
Cierra el poema con palabras que pone en voz de su padre: “que mi voluntad está/conforme con la divina/para todo/y consiento en mi morir /con voluntad plazentera, clara y pura/que querer hombre vivir/ cuando Dios quiere que muera/es locura”.
Algo más para reflexionar: Jorge Manrique escribió cerca de 40 poemas y unos 2,300 versos (morales, amorosos y burlescos); si solo eso hubiese escrito no hubiera pasado de ser uno más entre los muchísimos poetas que surgieron con el Renacimiento español. Un solo poema le hizo un lugar en la constelación de los maestros de la literatura universal.