Luis Fernández Molina
Es seguro que don Vladimir planificó con detalle su ataque a la vecina Ucrania. Habrá previsto una reacción de Occidente, aunque no supuso que iba a ser tan generalizada. También habrá pensado que Ucrania se rendiría a los pocos días del ataque. Como aconseja toda estrategia se deben anticipar los hechos que pueden derivarse de la acción que se va a emprender. Pero las cosas no siempre suceden como uno calcula y, por otro lado, siempre emergen cuestiones en las que no se había pensado. Quiero referirme a dos de ellas, de las que informa la revista dominical del NY Times, en Prensa Libre, del domingo anterior.
RELIGIÓN. El gobernante ruso siempre se ha presentado como un seguidor de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Siempre ha considerado a dicha religión como un elemento esencial de la nacionalidad rusa (ignoro qué tan devoto sea y ello no viene al caso). Entre Putin y el patriarca Kirill de Moscú ha habido una muy buena relación y comunidad de intereses. Ambos proponen una Rusia fuerte, ortodoxa, conservadora y, sobre todo, inmune a las degeneraciones occidentales, a esa cultura light, al abandono de los valores familiares y especialmente la aceptación de las relaciones homosexuales. Por eso el citado patriarca ha respaldado todas las acciones de Putin que procuran rescatar a su país de ese vendaval que azotan a los países de Occidente. Por lo mismo ha bendecido muchas veces al Ejército ruso y ahora ha considerado la guerra como sagrada, como una cruzada salvadora de los valores rusos. En ese constante apoyo del patriarca se ha desdibujado la frontera entre lo teológico y lo político olvidando que hay muchos fieles ortodoxos de otros países que son parte de su grey. Los ortodoxos de Ucrania se sienten ofendidos cuando el patriarca bendice a los soldados que van a atacar a sus familias y propiedades. ¿Cómo es posible ser seguidor de Kirill cuando claramente apoya la guerra contra su país?
A diferencia de la Iglesia Católica Romana que tiene una única cabeza, indiscutida, la organización ortodoxa se distribuye en 15 ramas que gozan de una soberanía significativa. A pesar de varias divisiones administrativas internas más de la mitad de los ucranianos seguían fieles al patriarca de Moscú, pero ahora están revisando esa posición. Dice el artículo citado que en Estados Unidos, Holanda, Italia muchos fieles están cambiando de religión.
En todo caso la guerra de Ucrania ha creado una incómoda e innecesaria división en una iglesia que va a salir muy afectada especialmente la rama rusa, protegida de Putin.
TECNOLOGÍA. No imaginó Putin la estampida de talento digital que está provocando. Muchos desarrolladores de software (y malware también) se han trasladado a Estonia, Armenia, Georgia, Turquía, entre otros países y seguramente van a terminar recalando en Estados Unidos. Según el artículo “los trabajadores abandonaron el país porque objetaban a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, ya no querían vivir bajo el régimen de Putin y temían no poder expresarse con libertad si permanecían allí. Otros partieron porque sus empresas los sacaron”. Rusia tenía una tradición de producir ingenieros de programas de computadora y desarrolladores webs talentosos. Pero poco a poco dichos técnicos, conscientes de su talento, procuran otros mercados mejor retribuidos. Ahora se aceleró la marcha. Con esa estampida el país vecino, Armenia ha resultado muy beneficiada y esa sangría va a afectar severamente a Rusia. Otro efecto colateral que Putin acaso no previó.